Imagino que su cielo ha de estar cuajado de lápices bien afilados, como a él le gustaban, pinceles, acuarelas y témperas, que van rebosando inteligencia sobre un ilimitado bloc que no se sujeta a la pequeñez de unos bordes temporales. Estas noches me ha parecido escuchar las risas de los ángeles al recibir las misivas del recién llegado, que iban tiñendo el espacio donde gozan los espíritus de viñetas a todo color. Curtido entre cartas en una oficina de Correos, debe ser emisario del ingenio en ese lugar donde moran los hombres buenos, que saben destilar amor. Además del deleite del humor diario, servido en las páginas de un periódico desde 1956, yo le debo la constancia de la fidelidad, y la ternura imborrable que genera su recuerdo en mi memoria, en la de mis hermanas, en la de mi hijo o mi madre, porque una viñeta añil provocó nuestras sonrisas en un momento aciago. Por eso hoy nacen estas palabras, íntimas y recogidas, que manan de un sincerísimo afecto, de un perpetuo agradecimiento que nunca pude corresponder como hubiera deseado. Me gustaría saber, don José, si se ha acercado a visitar aquella biblioteca celeste que el 19 de agosto de 2007 imaginara; si Santa Ana tramita los préstamos de libros a los usuarios eternos, y ante todo desearía conocer sobre qué filamento de estrellas está escribiendo mi padre. Yo, amigo, para sentirlo a usted cerca, para arrebatarle un poco el triunfo a la ausencia, he acariciado una dedicatoria trazada por sus dedos de artista este mismo mes febrero, que corona pulcramente sus deliciosas, y últimas aquí, crónicas de Usagre. Feliz vuelo celeste, Don José, entre dibujos, palabras y risas.