Con alborozo finalizo la lectura de la última novela de Antonio Prieto, El manuscrito sellado , publicado por la prestigiosa editorial Seix Barral. Seguramente no se hubiese deslizado hasta estas páginas (intento que la columna no sea un espacio de crítica literaria) si no fuera por el escenario geográfico que el autor ha elegido para ubicar su metáfora narrativa. Zafra, concretamente el alcázar de los Duques de Feria, se convierte en trasunto de la villa florentina donde Boccaccio reunió a un grupo de jóvenes escogidos para que fuesen testimonio del tiempo que les había tocado vivir. Procuraban que el diálogo, en un espacio reservado, les alejase del horror de la peste; los convocados en Zafra intentaban un alejamiento de esta otra pandemia espiritual contemporánea: una pesimista globalización ajena al coloquio, un mundo sin el poder salutífero de la auténtica palabra, bajo la amenaza de un Ente que se expande por ondas invisibles. Pero además en la novela hay otro escenario recurrente: Almendralejo. Para salvar del olvido los instantes que un día en verdad fueron, el novelista hace personajes secundarios a mis convecinos: leemos cómo Tomás Bote invita al protagonista a un homenaje literario, y leemos también cómo Marcelo fue preso de convulsiones emotivas al escuchar a Teresa Loring en su maravillosa interpretación de Summertime . Es de agradecer la profunda sensibilidad de este autor, como es de agradecer que esto haya ocurrido en última instancia por la sensibilidad de los responsables de Cajalmendralejo al patrocinar el acto de la Ubex y la fervorosa acogida que las autoridades municipales regalan al Día del Bibliófilo.