TUtn escritor extremeño del siglo XVII, Juan Antonio de Vera, se refería con acierto a un vicio del pueblo español: el de la fácil mudanza. En su biografía sobre el conde duque de Olivares expresaba cómo en unas horas pasábamos de ser obstinados en el rigor a tornarnos dulces en la misericordia. El odio común del pueblo hacia Rodrigo Calderón dio paso a la devoción cuando vio rodar su cabeza el 21 de octubre de 1621. Pero mucho peor que el vicio de la mudanza, me parece la carcoma de la adulación de la que Machiavello y Saavedra Fajardo nos previenen y de la que la mudanza es a veces consecuencia. Sostengo con ellos que nunca ofende el hombre que dice la verdad. Vienen a mi mano citas elevadas y esta última sentencia al pensar en la equidad y justicia que también ha de movernos (y movernos más) en el mínimo reducto de la convivencia local. Porque sin esas dos virtudes difícilmente existirá el clima para un fértil crecimiento que, en la situación presente, es el objetivo que todos sin excepción, añoramos. La verbosidad, que es aliada de la adulación, siembra sus semillas en las orejas de los gobernantes que suelen acoger como ciertos los elogios que se les regalan y que están prestos a valorar en demasía a una corte de esbirros que inundan tímpanos ajenos con la bonanza de una gestión concreta. Por eso creo que no ofenderé, contra corriente, si en unas líneas evalúo con ustedes ciertas manifestaciones culturales que, de la noche a la mañana, se han puesto en entredicho, las mismas que hace unos meses gozaron de casi general reconocimiento. Será en la próxima columna: Romanticismo y artículos por entregas son inseparables.