La segunda oleada de la pandemia del coronavirus tiene preocupados a todos los sectores de la sociedad. Pero, sin duda, son las residencias de mayores las que vuelven a estar en el ojo del huracán. El esfuerzo de sus trabajadores vuelve a ser titánico para evitar que el virus pueda colarse por cualquier rendija. La gran pregunta es: ¿hasta cuándo esta anormalidad? Tratan de sobrellevarlo de la mejor manera en la residencia Comser de Almendralejo, donde hasta la fecha registran cero casos de contagio. Antonio García Camacho (Almendralejo, 1959), es su director.

-- ¿Cómo llevan enfrentarse a esta segunda oleada?

Ahora mismo, la situación general en la residencia, hablo de usuarios, familiares y trabajadores, es de cansancio generalizado. Llevamos muchos meses con una situación antinatural. Los trabajadores están sometidos a un ritmo y una exigencia de seguridad muy alta y eso provoca que la situación de estrés sea grande. Pero sabemos que esto ahora es así. Necesitamos pronto una normalidad.

-- De momento, mantienen las visitas.

Sí, pero con poca normalidad. Visitar a un padre en una residencia con mascarilla, mamparas de seguridad y a metro y medio... no es fácil. Y menos, hacerlo una hora a la semana nada más. A las personas mayores les está costando mucho esta situación.

-- Habrá vivido situaciones emocionales muy contradictorias.

Muchas. Vas viendo cómo decaen personas que, a simple vista están físicamente bien, pero mentalmente la situación les está afectando mucho. El apoyo de una familia es insustituible y nos hace falta a todos. El problema es que la situación ahora es de incertidumbre. Y más en este sector. Al haber más libertad en la calle, hay más riesto para nosotros.

-- Denoto que les está costando a todos la situación.

Esperemos que esto no dure. Además del tema económico para toda la sociedad, está afectando a la moral de todos. Sabemos que hay que tomarse la referencia de, al menos, un añito. Hay que armarse de fuerza y convencernos todos de que tenemos que seguir haciendo un esfuerzo más.

-- ¿Hay miedo?

No me gusta esa palabra. El miedo no ayuda. Paraliza a las personas. Son sentimientos que todos los tenemos, pero no ahora. Quizá, hubo miedo antes, cuando este virus era más desconocido en marzo o abril. Ahí hubo miedo y psicosis. Ahora se ha tornado en incertidumbre porque nadie sabe qué vendrá y hasta cuándo estaremos así. Además, ahora estamos más preparados. Cumplimos de manera escrupulosa las tres medidas básicas de la mascarilla, el lavado frecuente de manos y la distancia de seguridad. Sabemos que los residentes no pueden siempre cumplir las medidas por sus características, pero también aprenden detalles.

-- Y los trabajadores, ¿cómo les ve?

Comprometidos, a pesar de qué también quieren saber hasta cuándo estaremos así. Ahora ellos tienen esa dificultad añadida de que pueden hacer vida fuera del centro. Antes, estaban confinados, pero ahora hay más riesgos. Quizá, la nueva normalidad fue muy brusca y no supimos atajar los brotes. Y eso es una espada de Damocles con la que tenemos que saber convivir.

-- Fueron la única residencia que incentivó con una paga extra a sus trabajadores. ¿Cobra especial detalle por saber que ahora siguen al pie del cañón?

Pues sí, desde esa óptica se consideró un reconocimiento idóneo. Es cierto que no fue muy secundado por el gremio, pero nosotros consideramos que el personal es nuestro mayor activo y hemos de cuidarlo como un tesoro. También pensábamos que, a finales de junio, estábamos en el pico del Everest y que ahora todo sería más sencillo. Es una sensación agridulce porque les hemos premiado, pero ellos y nosotros seguimos con esa incertidumbre de saber qué pasará y cuándo mejorará la situación.

--¿Qué aspectos cree que han llegado para quedarse en el día a día de una residencia?

Pues quizá detalles como trabajar con ese distanciamiento social. Ese detalle de poder tomarte un café con un compañero dentro de una residencia, pues ya será difícil verlo. O trabajar todo el día con la mascarilla. No obstante, yo no estoy muy de acuerdo con tener que cambiar cosas. Somos una residencia, no un hospital. Nosotros convivimos aquí con decenas de padres e hijos y hemos de hacerlo como en una casa, con normalidad y con la opción de estar en contacto. Esto debería ser un paréntesis y borrarlo todo cuando acabe. El no poder abrazarnos en nuestro entorno, el no poder darle un beso a tu madre o darle de comer, eso es muy duro.

-- Emocionalmente, habrá vivido cosas duras.

Sí, es evidente. Aquí tenemos visitas y, en muchos casos, hemos tenido que pedirle por favor a un padre que mantuviera las medidas. Pero, ¿cómo impides a veces que un hijo no pueda abrazar a su padre o madre al que lleva una semana sin ver y en una situación de este tipo? Eso es muy difícil y, reconozco, que en ocasiones he tenido que mirar a otro lado y ser algo blando, pero realmente tenemos a una persona supervisando cada visita y a un guarda de seguridad tocando la campana por si pasa algo. Vivimos con esa incertidumbre de que cualquiera está expuesto al virus. Y eso, en nuestra casa, es difícil de gestionar porque este maldito virus de uno hace un ciento.

-- Los residentes, ¿son consciente de la gravedad de la situación?

Cada vez más. Para ello, la gravedad es la monotonía del día a día. Tenemos algunos casos de personas que, durante estas fechas, se han ido apagando poco a poco y, al final, se han apagado por completo. Habían perdido la ilusión y se les había roto el día a día. A los usuarios, no les preocupa tanto la muerte como el recuperar esa cierta normalidad que les hace vivir de una manera distinta esta etapa final de sus vidas. A muchos, por ejemplo, se les ha tenido que limitar algunas salidas que hacían fuera. Y claro, les hemos quitado parte de su ocio y distracción.

-- Mantienen cerrado el Centro de Día.

Sí, es una pena. Había más de veinte personas que venían cada día. Les dábamos un servicio muy completo de ir a sus casa, recogerlos, que almorzaran con nosotros, participaran de actividades y luego, llevarles a casa. Pero eso se ha cortado y lo peor es que ya no podemos decirles a los familiares hasta cuándo. La solución que les hemos dado a muchos es que se queden como residentes. Y ahí, te aseguro, que el precio no ha sido un hándicap.

-- ¿Y las administraciones?

Tengo que decir que no se ha hecho un esfuerzo administrativo fuerte a la hora de proteger a los mayores. Los protocolos debieron ser más restrictivos.