Cayó Hosni Mubarak, el último "faraón" de Egipto. Ha tenido que abandonar el poder presionado, simplemente, por la gente de la calle, por una muchedumbre quizá más pequeña que la esclavizada en otros tiempos para construir las pirámides. Pero resulta que ahora tenemos internet, un moderno caballo de Troya que puede plantarse intramuros de cualquier dictadura, incluida la que existe tras la Gran Muralla china, muy a pesar de las autoridades de aquel país. Desde la red, esa invisible tela de araña en la que ya casi todos estamos atrapados y conectados, se inició la gran movida que, finalmente, ha derrocado a este octogenario émulo de Tutankamon. Pretendía instaurar una nueva dinastía cuyo segundo miembro, según él ya tenía dispuesto, iba a ser su hijo, pero se va cabizbajo y sin dejar erigida ni una pirámide, como no sea la de la miseria de los egipcios. Sin embargo, fuera de su esquilmado país podrá construirse una de oro macizo con lo que ya tiene a buen recaudo en ese otro Valle de los Faraones que conforman los bancos suizos, donde acostumbran a esconder sus fortunas todos los dictadores que en este mundo han sido.

Aprovechando el impacto que en la opinión publica española ha tenido lo ocurrido en Egipto, el señor González Pons, del Partido Popular, ha intentado con cinismo democrático incitarnos a una rebelión similar contra Zapatero. Ahora lamentamos que, en 1974, este aguerrido político sólo tuviera diez años y además no existiera internet, porque de haber tenido entonces diez años más, un ordenador y una conexión a internet, quizá el solito habría acabado derrocando al dictador.