Se conmemora en estos días el 75 aniversario del inicio de aquel cruento enfrentamiento de "las dos Españas" conocido como la Guerra civil. Aquel drama colectivo es aún memoria viva para muchas personas y el recuerdo de aquellos trágicos acontecimientos sigue condicionando la convivencia entre algunas de ellas, aunque ciertamente sean ya muy pocas. Por eso, por muy comprensible que esto sea en cuanto afecta a esa generación, es, por contra, muy preocupante que en esta España del siglo veintiuno nos encontremos con el rebrote de un lenguaje que creíamos totalmente desterrado, y que nos alerta sobre un posible despertar del odio larvado en algún entorno familiar desde aquella contienda fratricida. No se trata ya del uso y abuso de términos políticos anacrónicos y actualmente algo anodinos, tales como los de ´izquierdas´ y ´derechas´, sino de la recurrencia a otros con más graves connotaciones e intencionadamente ofensivos, tales como los de ´rojo´ y ´fascista´. Calificativos que sin pudor son espetados públicamente a quien se considera enemigo político (los hemos leídos en los comentarios anónimos que permite la prensa escrita); y oírlos cargados de agresividad a propósito de la conmemoración citada, resulta realmente preocupante. Porque, sin duda, es bueno conmemorar aquel trascendental suceso, esto es, que en determinada fecha coincidamos en recordar lo ocurrido en esos fatales momentos de nuestra historia, pero creemos que hay un consenso mayoritario en que tal cosa debe hacerse para repasar la lección aprendida y no para reavivar las causas que lo produjeron. Sobre todo, para no repetirlo nunca más.