Aún estando ya en un mes tan florido, no es precisamente flores lo que podemos echarle hoy a los sindicatos. Porque viéndolos prácticamente solos en una día tan tradicionalmente reivindicativo para los trabajadores como es el primero de mayo, y en un país con casi cinco millones de parados, era de esperar de los dirigentes sindicales que, al menos, se preguntaran: qué hemos hecho nosotros para merecer esto. Pero ni por asomo aparece la más mínima expresión de autocrítica en sus intervenciones públicas. Puede que ya la hayan hecho a puerta cerrada, sin embargo, parece muy necesario que, en alguna medida, también la hagan en público. Eso les ayudaría a recuperar la credibilidad que en gran parte han perdido por actuar, en esta crisis económica, tarde y mal en la legítima defensa de los intereses de la clase obrera a la que dicen representar. Porque ha sido muy patente que los dos grandes sindicatos de clase se han conducido durante años con manifiesta simpatía y familiaridad hacia un gobierno que consideran afín a la causa obrera, e, igualmente, que no supieron distanciarse oportunamente del mismo cuando éste comenzó a sorprenderles con políticas laborales retrógradas e inaceptables para unos representantes sindicales sin asegurarse antes el consentimiento de sus bases.

A pesar de todo, sería muy injusto no reconocer que gracias a esos sindicatos se han conseguido muchas reivindicaciones que hoy día se consideran derechos básicos e irrenunciables de los trabajadores, y que actualmente están en entredicho. Por eso, es de lamentar que, precisamente ahora, cuando más gente les necesita menos les siga.