Puesto que si nos equivocamos nadie podrá echárnoslo nunca en cara, podemos decir tranquilamente que, a pesar de las proclamas de los agoreros de turno y pasada una década desde que entrara el nuevo siglo y milenio, podemos olvidarnos ya del fin del mundo que algunos anunciaban y otros aún siguen anunciando. Después de todo, el resto de la humanidad -los no cristianos- lleva otro computo de los años, y el reloj universal no debe tener muy claro en que milenio pararse puesto que son bastantes más que nosotros los que utilizan un calendario diferente. Además, también a los que en nuestra cultura conocieron la entrada del milenio anterior se les disipo en pocos años la preocupación cuando se dieron cuenta de que entonces, más o menos como ahora, lo que realmente se estaba acabando era una forma determinada de entender el mundo y de organizar la sociedad. Afortunadamente para la humanidad, sólo los de inamovible mentalidad pueden esperar que los demás también lo sean. Así que, conjurado el peligro por la fuerza de la razón, acojamos la entrada del 2010 con toda esperanza, pues ya sabemos que no hay mal que cien años dure y que por peores trances ha pasado la humanidad. Seamos optimistas y confiemos en que el nuevo año no sea mejor que el que le ha de seguir; no demos pábulo a tanto catastrofismo de tono apocalíptico.

Como tampoco podemos negar lo evidente, desear feliz navidad a los que están pasándolo mal podría ser recibido como un sarcasmo; pero no así el desearles, especialmente a ellos, prosperidad y felicidad para el año nuevo.