Hubo una época en que el despotismo ilustrado de los gobernantes (el todo para el pueblo, pero sin contar con él) pudo ser "explicable", pues ciertamente el pueblo llano de la Europa de entonces era mayoritariamente inculto y sus condiciones de vida le apartaban totalmente de la política. Pero, hoy día, en un país avanzado como el nuestro, bien desarrollado política y socialmente, con una población ampliamente informada y alfabetizada, esa forma de gobernar no es aceptable. Por ello, nos causa asombro oír a algún alto representante del Gobierno -tratando de justificar las medidas impopulares que han decidido poner en práctica- decir que están haciendo lo que el pueblo necesita aunque éste no pueda entenderlo. Nos parece que esa forma de hablar desprende un tufillo paternalista más propio de las monarquías absolutas, o de algún dictador benevolente de reciente memoria, que de un Estado democrático y de soberanía popular. Indudablemente, así es muy fácil gobernar, porque cualquier crítica se puede salvar si al interpelante se le espeta aquello de "lo hago por tu bien".

Creemos que en democracia los gobernantes deben, y han de saber, explicar siempre lo que hacen en el ejercicio de la tarea política que, no olvidemos, ejercen por delegación. Y si la gran mayoría del pueblo que les votó no puede entender sus decisiones, o se va en otra dirección o se vuelve a recabar su confianza en las urnas, sobre todo cuando la realidad cotidiana se niega tozudamente a darles la razón. Y ello es necesario aunque sólo sea por evitar un daño irreparable a la propia ideología, si es que aún se sigue creyendo en ella.