El fallo de un tribunal de Valladolid que obliga a retirar los crucifijos de las aulas de un colegio público, tras la demanda interpuesta por el padre de un alumno, reabre un viejo debate sobre el que hace falta una reflexión a fondo y desapasionada. Hasta un alcalde de hoy, el socialista Belloc que rige los destinos de Zaragoza, ha dicho que, mientras él sea alcalde, no se retirará ni un solo crucifijo de los colegios de la ciudad del Ebro. ¿A qué viene, pues, atizar de nuevo los rescoldos de un anticlericalismo que solo puede traer consigo división, antagonismo y enfrentamientos? En un país de innegables raíces cristianas no se entiende que alguien crea que un crucifijo atenta contra la convivencia. Estamos cerca de la Navidad y, Dios quiera que me equivoque, no faltarán profesores que se opongan a que, en sus aulas, se instale el belén o se canten villancicos privando así a la mayoría de sus alumnos, católicos, de la alegría de estas fiestas entrañables. Eso sí, a ellos les vendrán muy bien las vacaciones de Navidad, que recuerdan el Nacimiento de Jesús 2000 años atrás. Hace días, una emisora de radio difundía el testimonio de una familia musulmana: lamentaba la retirada del crucifijo de las escuelas; reconocía que si la mayoría de padres católicos deseaban la presencia del signo identificativo de su religión, habría que tener en cuenta su opinión y se extrañaban del poco "empuje" de los católicos españoles al defender este derecho que les asiste. Bueno sería tener en cuenta la opinión de esta familia y manifestar públicamente nuestra fe en el Dios que vino a salvarnos.