TDturante la pasada Noche en Blanco de Badajoz, con un amigo que ha estudiado con él, vi obras de Angel Luis Pérez Espacio en la ampliación del MUBA, me perdí por sus pasillos y celebré que, por fin, después de muchos avatares y dos directores distintos, las obras hubieran acabado. Hablamos con Ramón de Arcos sobre colores, bodegones, disposición de las frutas y verduras en una naturaleza muerta, puntos de vista. Descubrimos alguna nueva librería que acababa casi de abrir sus puertas. Vimos el MEIAC de noche. Nos encontramos con gente.

En la Noche en Blanco de hace más tiempo expusimos fotografías en un bar. Mi primera y única exposición colectiva. Vi el trabajo de un diseñador exquisito y magnífico, que es uno de los mejores fotógrafos que conozco y que me enseñó a abordar a la gente de la calle para hacerle retratos: se llama Luis Fano. Había Meninas en la calle y teatro y conciertos de jazz y mucha gente en el centro. "Oh, pero esa gente es la que no va luego a ninguna parte y solo sale ese día", dicen. "Y los museos después están vacíos". Depende de la hora a la que uno vaya, es preferible que haya poca gente, añado yo: recuerdo una exposición de Durero en el Thyssen en la que acabé preguntándome si estaba en un museo o en una taberna. "Es un acto espectacular de consumo compulsivo importado de los países del Norte de Europa que regula las experiencias en el espacio público". Sí, la cultura se consume, vaya cosa: pagamos entradas siempre, viajamos para ver exposiciones y obras de teatro y para asistir a festivales de todo tipo. "Ese dinero podría tener un destino mejor en un ámbito, el del arte, en el que se trabaja con mucha precariedad". O no. Podría presupuestarse para ayudas al automóvil, qué sabemos acá.

Conocemos todas las críticas y todas las teorías. Y sí: a mí también me gustaría ver teatros con la misma capacidad de un campo de fútbol en cualquier país, repletos y con el público en completo silencio y sin toser y sin mirar el móvil y sin hacer fotografías y exposiciones llenas todo el año y poesía en las calles y performances en plazas todos los fines de semana. Una, que a los 40 tiende al optimismo, piensa que el espacio público puede ocuparse y recrearse también después de una noche en blanco. Que se visitan lugares que quizá nunca se han visto. El año pasado me ocurrió en el MUBA: tres adolescentes, parados ante Pérez Comendador y Fernández de Molina, que habían ido solos y no habían entrado nunca. "Qué bien está esto, podríamos enterarnos de las exposiciones", dijeron. Y, si de las miles de personas que quedan con sus amigos para ver las actividades de la Noche en Blanco, hay diez o doce que se asombran (admirarse, asombrarse, es comenzar a aprender), yo me doy por satisfecha, porque hay aspectos de la cultura que son intangibles. Podemos dar cifras de asistentes, recaudaciones, porcentajes de taquillas, números de visitantes. Pero nunca vamos a poder cuantificar otras vivencias: aprenderte una película de memoria, regalarle ese libro a todos tus amigos, mirar a alguien a los ojos y decirle: "Tienes que ver esto". Que tu padre vaya a un concierto de la Orquesta de Extremadura contigo y grite "Bravo" (mi padre, 70 años uno detrás de otro, solo escucha música clásica desde que tenía cuatro: se lo aseguro: es la persona que más entiende de música que conozco) y tú estés ahí, pensando: "Lo sabía". Porque era un Wagner y hacía una década me había mirado y me había dicho: "Por fin entiendo a Wagner". Que vayas a ver a Pollock y acabes descubriendo a Emil Nolde. ¿Me costó 20 euros aquel libro? ¿Quince? ¿Dieciocho el concierto? ¿Entré gratis en la muestra? ¿Podría yo valorar, monetariamente, el primer Kandinsky con el que me topé a los 16? ¿Lo harán esos chavales del MUBA a los que acabé entrevistando?

Va a haber actividades para todos los gustos, aquí. Y sí, mucha gente en la calle, asistiendo a todas ellas, que es de lo que se trata, aunque te agobie el maremágnum. También se propician las charlas con desconocidos, oigan: una de mis amigas conoció a su pareja en ARCO, parados los dos ante una maceta de la que no sabían si era una obra de arte o una planta sin más. La vida es así de impredecible. Van a estar Ana Moríñigo y Alba Risueño, madre e hija, cantándole a un burrito pequeño, peludo y suave. Y el jazz de Javier Alcántara, que luego se irá de mini-gira. Y una exposición que se ha pergeñado en un pueblito de Portugal cerca de Aveiro sobre la vida cotidiana, esa que no vemos pero que fotógrafos como Tete Alejandre registran. Y un pasacalles, visitas guiadas por la catedral de Badajoz (esa gran desconocida), obras de Ignacio de Arbaiza, Pérez Espacio y Laura Cirilo, Diana Avendaño, Jan Montoya, Jorge Juan, Pedro Casero, Alejandra Valero, María Leal, Javier Alcaíns, poesía, folclore, teatro, acuarelas, flamenco, murales. Se hará un homenaje a Antonio Juez. Habrá espectáculos infantiles, danza aérea, manualidades, talleres varios, los pintores abrirán las puertas de sus talleres.