Una de las causas que explican el crecimiento de la Iglesia es el martirio de cristianos. Es conocida la frase del escritor Tertuliano (160-240): "Cada vez que nos matan, nos hacemos más numerosos: la sangre de los mártires es semilla de cristianos". Hoy sigue persiguiéndose a la Iglesia.

Al principio de enero eran sacrificados siete cristianos coptos de Egipto al salir de la Misa de Epifanía. Durante el año 2009, según la Agencia FIDES, treinta y siete católicos de diecisiete países distintos fueron asesinados.

América fue el continente más castigado en el que dieciocho sacerdotes -dos de ellos españoles- dos seminaristas, una religiosa y dos laicos regaron con su sangre, de norte a sur, la tierra americana.

A pesar de que la situación de los católicos de Vietnam ha mejorado en los últimos tiempos, en Hanoi la policía pretendió derribar una gran cruz que un grupo de fieles intentaba proteger; los agentes arremetieron contra ellos, golpeándolos con saña, e hirieron gravemente a dos de los presentes. En la región china de Hebei, con millón y medio de católicos, tres obispos están encarcelados y nadie sabe en qué condiciones.

Hay diócesis que han tenido que vivir años, incluso décadas, sin obispo, sin sacerdotes, sin Seminario. Nada decimos hoy de las víctimas del extremismo islámico.

No extraña, pues, que la Iglesia siga creciendo. Y es que cuando a los cristianos, desde los poderes públicos, se les coloca en situaciones en que tienen que vivir su fe heroicamente, la respuesta es nítida y valiente. Es la experiencia de veinte siglos de historia en que la Cruz siempre termina triunfando. No en vano "la sangre de mártires es semilla de cristianos".