TDtespués de tanto sufrimiento causado por la actividad terrorista de ETA a este país durante medio siglo, es tal nuestro deseo de acabar con su sinrazón asesina que nos agarramos a un clavo ardiendo. Por eso recibimos con alegría, y con la esperanza de estar cerca del final definitivo de la tragedia, la noticia de que los asesinos han decidido no seguir matando. Pero no podemos ser receptores mudos de la misma, porque ese silencio sería indigno e injusto con las víctimas, y una última victoria para los etarras.

En este momento es necesario recordar que, desde que acabara la dictadura, nunca le han faltado al pueblo vasco libertades y cauces de participación política para exponer y defender sus reivindicaciones. A pesar de ello, en el desarrollo de una desquiciada actividad terrorista que nadie puede comprender, los etarras han matado desde entonces a varios centenares de compatriotas además de llevar a cabo otras crueles acciones criminales. Y todo por una causa que podían haber defendido pacífica y libremente en esta democracia conseguida gracias al sacrificio de otros cuya memoria han traicionado. Por eso, cuesta creerles cuando nos comunican que no volverán a hacerlo, sin haber pedido perdón a las víctimas ni manifestar el más mínimo arrepentimiento. Así, sólo podemos creer que han decidido no seguir por un camino que se ha vuelto intransitable para ellos y no ha servido para alcanzar sus objetivos. Pero, aunque no lo merezcan, queremos creer en su palabra, sin que podamos evitar la sospecha de que habrá contrapartidas. Sin son inevitables, que no lleguen a ser una ofensa para las víctimas.