Hemos aprendido muy rápido a ser ricos, o, mejor dicho, a comportarnos como si lo fuéramos. Me refiero al conjunto de la ciudadanía y al Estado, que han gastado muy por encima de sus posibilidades apoyándose inconscientemente en el crédito financiero, porque a nivel particular muchos realmente se han hecho rico en estos años. Ahora, va a resultar bastante traumático aceptar que colectivamente no lo somos. Todo ha sido un espejismo, y nuestros gobernantes -todos ellos, aunque es cierto que algunos más que otros-, han contribuido a mantener irresponsablemente esa torpe ilusión. Algo parecido a lo que ocurre con esos padres que hacen lo imposible para que sus hijos vivan por encima de las posibilidades económicas familiares, hasta que la cruda realidad acaba con la mentira, dañando gravemente el futuro de los hijos. Claro que, hay una importante diferencia, los padres han podido hacerlo por un mal entendido amor a sus hijos mientras que los políticos lo han hecho, simplemente, por mantenerse en el poder.

Y en éstas estamos, comprobando como la atracción del poder es tan fuerte que puede forzar a los contendientes políticos a abjurar de sus principios ideológicos, hasta quedarnos perplejos viendo como "derecha" e "izquierda" intercambian sus discursos. Así, quienes hace nada pedían poco más o menos que el despido libre y la mínima expresión de las políticas sociales, ahora se erigen en los máximos valedores de no tocar esos logros, y quienes antes estaban del otro lado, parecen estar ahora aliados con las instituciones más características del ultraliberalismo económico y político. Ver para creer.