Víctor del Arbol, Premio Nadal 2016, nació en Barcelona hace ahora 48 años, pero aunque rece como catalán, se siente como un extremeño más. Sus padres, como muchos de esta región, tuvieron que emigar desde Almendralejo en la década de los 60. Luego regresaron, a finales de los 70. Todos, incluidos sus cinco hermanos. Se afincaron de nuevo aquí, menos Víctor, quien había cultivado su pasión por la literatura tras largas horas de biblioteca. Y en Barcelona se quedó. 40 años después, la vida le reconoce su trabajo con un premio Nadal a la novela La víspera de casi todo , un brillante trabajo que también pellizca Almendralejo como parte suya. Víctor ha vuelto a su casa durante la Feria del Libro. Lo hace como protagonista, aunque no olvida sus raíces humildes.

--Un regreso por la puerta grande

--Muy feliz. Almendralejo es mi primera tierra, siempre lo he dicho. Toda mi familia es de aquí y me siento más extremeño que catalán. Nunca olvidaré que aquí presenté mi primer libro, El peso de los muertos , hace más de diez años, en el conservatorio. Lo recuerdo como el primer día. Y ahora mira, con un Nadal.

--¿Qué sintió cuando vio aparecer su nombre como ganador del premio Nadal?

--Te quedas con la boca abierta porque el Nadal es de esos deseos que sueñas con la boca cerrada. Te pongo un ejemplo. Es como cuando un niño sueña con jugar en el Barça o en el Real Madrid y eso termina haciéndose realidad. Es algo parecido.

--Un premio así, ¿le obliga a ser mejor?

--No creo. Un premio así no te hace mejor escritor, sino que te da la tranquilidad para saber que las cosas que estás haciendo están saliendo bien. Es más un reconocimiento de tus compañeros, de los críticos y de la prensa. Me hace feliz, pero no me genera más responsabilidad. Mi lucha diaria es con mi propia incapacidad. No compito contra nadie ni nada, solo conmigo mismo.

--Cuando uno va escribiendo una novela de este calibre, ¿se va dando cuenta de lo que tiene entre sus manos?

--Claro. Hay un momento en el que empiezas a escribir y conectas con la historia. Yo, si no lo hago, suelo dejarlo. En ocasiones surge esa magia, algo intangible que sabes que aquello que estás contando tiene garra y algo especial. Me pasó también con Un millón de gotas , la novela anterior, y me ha ocurrido con esta. Cuando la escribía ya sabía que estaba ante una novela distinta.

--Actualmente, ¿un escritor puede vivir de la literatura?

--Más bien se puede sobrevivir con dificultades. En mi caso yo soy un privilegiado que vivo de mi pasión, pero es cierto que tengo que renunciar a muchas cosas. Llevo, por ejemplo, seis años sin vacaciones. Y luego están las rutinas. Cuando empiezas una novela, lo haces desde cero y no sabes qué pasará. Es verdad que compensa porque da cosas intangibles ni cuantificables que gratifican mucho.

--¿Le gustan los encuentros literarios?

--Me gusta charlar de la literatura. Siempre he admirado a un escritor, José Luis Sampedro, que tenía una lema: escribir es vivir. Es muy cómodo hablar de la literatura desde una experiencia vital, qué escribimos o qué leemos, por ejemplo. En estos encuentros, más allá de promocionar un libro es importante realzar la importancia del significado de la lectura.

--¿Qué le parece la vuelta de los Premios Literarios de Almendralejo?

--Es una gran noticia. Más allá de la dotación económica, recuperar estos premios es prestigirar la literatura, devolverle el papel fundamental que tiene en la formación de ciudadanos libres. La escritura no es solo un entretenimiento, sino una forma de entender la vida.

--¿Ya tiene en mente su próxima novela?

--Sí, sí. Reconozco que lo del premio Nadal me está llevando de cráneo, muy feliz, pero está siendo de locura. Pero yo necesito escribir cada día y ya está en marcha.