El refinado y retorcido lenguaje diplomático no es precisamente el lenguaje de los diplomáticos cuando hablan puertas adentro entre ellos o con sus gobiernos. En tales ocasiones -como nos han demostrado las filtraciones de wikileaks- éste es toscamente directo y hasta soez, además de despreciativo incluso con los aliados más cercanos. Conocer esas conversaciones puede resultar interesante y dar lugar a entretenidos cotilleos, pero no es lo más importante que nos ha descubierto el intrépido señor Assange, creador del famoso portal digital. Lo realmente importante es que éste haya desvelado determinadas formas de actuar de los servicios secretos y el ejército de la primera potencia militar y económica del planeta. Ahora sabemos (para algunos sólo es una confirmación) que, a veces, estos entienden el mundo como un cortijo de su propiedad sobre el que creen tener total potestad para hacer lo que consideren más conveniente en función de los intereses nacionales, sin aceptar las barreras morales o legales que puedan impedírselo. Quizás se sientan respaldados para actuar así por el hecho de que su Gobierno, el de esa gran nación norteamericana a la que también debemos muchas buenas cosas, aún no reconoce al Tribunal Penal Internacional.

Se dice que cualquier persona realista podría dar por supuesto todo lo descubierto, pero que son hechos que no afectan a nuestra vida cotidiana y que es mejor no darse por enterado de los mismos. Es entonces cuando reconocemos a la evasiva sociedad del bienestar, la del "trabaja, consume y calla" que hace posible el turbio submundo político destapado por wikileaks.