Muchos aseguran que, de no ser por una descollante actuación del discutido Larry Stewart aquella tarde de febrero en Torrelavega, el Cáceres estaría ahora en la Liga LEB. Esa victoria (73-82) frente al Cantabria Lobos y una anterior frente al otro equipo que terminaría descendiendo, el Gijón (78-73), permitieron un final de temporada más o menos tranquilo en lo deportivo. Se culminaba así un ejercicio desgraciado sobre la pista, con numerosas derrotas abultadas fuera de casa, y se abriría un controvertido debate que absorbería gran parte de la actualidad del único representante extremeño en la Liga ACB: ¿se debía vender la plaza para poder sobrevivir a los numerosos problemas deportivos?

La cuestión se llevó por delante al consejo de administración presidido por Pedro Núñez, que era partidario de aceptar una de las ofertas que se habían recibido, la persistente de Zaragoza y la quizás más sólida de Tenerife. El club pareció vivir durante unos días, que coincidieron con el décimo aniversario de su ascenso, con un pie fuera de la élite, pero un giro inesperado de la cuestión, cuando la operación ya iba a ser consultada a los accionistas, permitió que Cáceres siguiese viendo baloncesto de máxima altura. José María Bermejo, presidente del club durante su etapa más brillante (1989-1998), volvía por sorpresa asegurando tener un plan de viabilidad para sacar el proyecto adelante.

TODO CAMBIA, NADA CAMBIA

La irrupción de Bermejo, que anunciaba tener atado al menos un patrocinador --su ausencia ha sido el talón de aquiles de la entidad desde la retirada de Caja de Extremadura en 1998--, propició numerosos cambios e hizo renacer las esperanzas. El Ayuntamiento de Cáceres le prometió aumentar considerablemente su ayuda, pero la complejidad para obtener un crédito que acabase con la deuda inmediata de la entidad (1,2 millones de euros, 200 millones de pesetas) fue incrementándose con el paso de los meses, dejando a la sociedad anónima deportiva al borde del colapso económico en más de una ocasión.

El nuevo barniz que se trató de dar a un equipo que ya no parecía interesar tanto como en el pasado al cacereño medio --la cifra de socios apenas se ha movido de los 2.000 durante las últimas temporadas-- empezó con la destitución del entrenador, Alfred Julbe, y su sustitución por Manolo Hussein. Julbe no podía estar orgulloso de su política de fichajes la temporada anterior (hasta dieciséis jugadores llegaron a desfilar por el vestuario) ni de sus resultados (11 victorias y 23 derrotas). Además, se granjeó la antipatía inequívoca de algunos sectores de peso en la ciudad. Especialmente llamativo fue su feroz intercambio verbal con el alcalde, José María Saponi, a cuenta de que si éste, un año antes de las elecciones municipales, iba a permitir que la plaza ACB se vendiese.

Mientras, el canario Hussein, de otra escuela, aunque de tan enigmática personalidad como su antecesor, construyó una plantilla con escasos medios para intentar sembrar de nuevo la ilusión en el multiusos. Apenas lo consiguió durante los últimos meses del 2002, lastrado por las decepcionantes prestaciones de Bobby Martin y la falta de adaptación de dos jugadores comunitarios nuevos en la liga, Hurl Beechum y Vladimir Petrovic. El inicio fue de auténtica pesadilla (cinco derrotas consecutivas), pero después una serie de victorias en casa hicieron que la situación se enderezase moderadamente. El papel de los jugadores nacionales (Orenga, Lleal, Ferrán López, Dani García, Mike Hansen) fue fundamental.

Sumidos en una situación financiera de puro agotamiento, la plantilla está teniendo problemas para cobrar, lo que abre un interminable abanico de incógnitas respecto al futuro de una entidad que parece cada vez seducir menos a políticos, empresarios y hasta aficionados. Al menos la celebración de los diez años del ascenso, el 10 de mayo, trajo una emotiva dosis de nostalgia con el regreso de los héroes que lograron una de las mayores proezas de la historia del deporte extremeño.