Ha sido el peor año en la historia de Waechtersbach, un periodo duro, triste, difícil, dramático para muchas familias que han visto peligrar su sustento, y trágico para aquéllas que lo han perdido definitivamente. El 25 de enero saltaba la noticia: la tercera industria más importante de Cáceres, con 138 trabajadores (el 30% discapacitados) y más de cinco millones de euros de facturación (830 millones de pesetas), presentó suspensión de pagos a causa de una deuda de 4,2 millones de euros (700 millones).

Waechtersbach, dedicada a la fabricación de vajillas de loza y complementos de mesa, con presencia en Alemania, EEUU y España, fue fundada hace 170 años por los príncipes de Ysenburg y Budingen. La quinta generación abrió la filial cacereña a mediados de los 70 en Las Capellanías, pero la competencia asiática y la carga salarial desataron los primeros problemas en los 80. En octubre del 2001 se presentó un expediente para la rescisión temporal de 33 contratos debido a la caída de las ventas, y más tarde una propuesta con 50 despidos, pero no prosperaron. En enero llegó la suspensión de pagos, el desánimo de los trabajadores y dos días de huelga con protestas por la ciudad.

El 6 de febrero se conoció el plan de viabilidad propuesto por los accionistas alemanes: 70 despidos, reducción de los salarios en un 20% y pago de la deuda en tres años. Los sindicatos se opusieron y los empleados convocaron nuevos paros. La situación empeoró el 28 de febrero: la sociedad alemana envió una carta al juzgado en la que se negaba a inyectar más fondos. Un mes después respondió al ultimátum del juez con un segundo escrito, donde reiteraba su postura y anunciaba que la situación de la filial era de quiebra.

UNA SITUACION INSOLITA

Los salarios comenzaron a retrasarse días, semanas... Los bancos no negociaban anticipos. Ante la gravedad de la crisis, la propia plantilla aceptó un plan de la gerencia con 50 despidos, pero Alemania, curiosamente, también se negó a pagar las indemnizaciones. Los empleados iniciaron una huelga indefinida con encierros mientras seguían llegando pedidos de varios países. Una situación extraña, ilógica e insostenible.

El 24 de abril supuso un punto de inflexión. Por la mañana, el alcalde se prestó a mediar con Alemania. Por la tarde, Ibarra visitó la fábrica y se comprometió a realizar los trámites necesarios para romper el estancamiento. El 1 de mayo concluyó la huelga tras el pago de salarios. El consejero de Economía se reunió en Madrid con los representantes germanos, que acordaron redactar un plan de viabilidad en dos semanas.

RUMORES DE VENTA

Nueva vuelta de tuerca: el plan nunca llegó y comenzaron los rumores de venta (los alemanes ya habían intentado desprenderse de la fábrica en tres ocasiones anteriores), mientras Waechtersbach aumentaba su deuda hasta 4,7 millones de euros.

Todas las partes implicadas, salvo la multinacional, se reunieron en junio y acordaron cerrar la fábrica el 15 de julio si no llegaba un comprador. Pero el 17 de ese mismo mes la propia Waechtersbach presentó un expediente de quiebra pidiendo el cierre y la liquidación. El 1 de agosto cesó definitivamente la actividad y llegaron los despidos entre lágrimas e incertidumbre. Quedaba una sola opción: la planta reabriría si aparecía un comprador antes de noviembre.

El milagro llegó. Tras intensas negociaciones con el interventor Felipe Vela, un nuevo empresario decidió ponerse al frente. Se trata de Alejandro Rodríguez Carmona, consejero de una firma madrileña del sector. El 25 de septiembre reabrió la planta con nuevos ánimos pero con 45 obreros menos para ajustar costes. Es el precio de una crisis aún latente.