Ha sonado un misil y el pequeño Mohamed se ha quebrado en un llanto nervioso. Temblorosa, esta criatura de tan sólo 3 años se abraza a la pierna de su padre, que ya no sabe qué hacer para calmarle. Los bombardeos han hecho de Mohamed un niño ultrasensible que rompe a llorar con cada explosión y que no soporta que nadie se le acerque.

Tantas lágrimas han hecho que sus ojos y sus mejillas hayan quedado contraídas en un perenne rictus de horror, con las lágrimas siempre a punto de saltar. Es como si los músculos de su rostro sintieran que no vale la pena relajarse, como si supieran que hasta dentro de mucho tiempo no van a tener motivos para volver a sonreír.

UN CRATER Y CASCOTES

"Esto es muy duro", dice Hasan, el padre de Mohamed. "Los niños tienen mucho miedo porque han habido bombas que han caído muy cerca". No exagera. Sólo dos casas más allá vivía la familia Namir. Su casa ya no existe. La explosión el domingo de un misil hizo que de su hogar sólo quede un cráter rodeado de cascotes.

Todo el barrio ha quedado conmocionado por lo ocurrido. En la casa de los Namir murieron tres personas, y en la de los Jaldun, que habitaban la vivienda de detrás, fallecieron otras dos. Y es que sólo cuando se dejan atrás los mapas y se pisan las calles y las casas es cuando se comprende que los que EEUU llama daños colaterales son personas con nombres y apellidos que, si no mueren o quedan mutiladas, llevarán para siempre el horror grabado en sus ojos. El dolor de estos inocentes es justo lo que EEUU no quiere que se vea.

Y es que los errores en los bombardeos inteligentes se multiplican: el sábado, dos casas habitadas por civiles; el domingo, las viviendas de los Namir y los Jaldun, y un orfanato que por suerte estaba vacío; el lunes un mercado en que murieron cinco personas, y ayer la masacre en el barrio de Shaab.

Para Hasan es terrible asimilar que muchos miembros de los Namir y los Jaldun, esas familias amigas con las que llevaba toda la vida viviendo en la calle Ragiba Jatum, han desaparecido. Le duele su muerte, pero ahora teme por su familia, pues ha comprobado en sus carnes que, bajo las bombas, ningún lugar es seguro.

RECUERDO DEL ATAQUE

"La explosión se produjo a las doce y media del mediodía", dice Hasan, en cuya casa, que comparte con sus dos hermanos y sus respectivas familias, "todos los vidrios estallaron".

Su mujer no puede más. "Somos muy pobres", se lamenta. "Para sobrevivir --explica-- tenemos que vender en el mercado el pan que hacemos con la harina que nos dan con el racionamiento. Ahora además nos bombardean. ¿Qué le hemos hecho a Estados Unidos para que nos castigue así? ¿Por qué nuestra vida es tan difícil?".

La incomprensión atenaza a los habitantes de este barrio. "¿Por qué han bombardeado aquí, si todos somos civiles y en esta zona no hay ninguna instalación militar?", se pregunta Raed, un vecino. La misma pregunta se la hacen numerosos iraquís que han visto que en los últimos días varios misiles han caído en las zonas residenciales de Bagdad.