Noviembre es el corazón del otoño y el mes de la más profunda de las melancolías. Es un mes solitario, extrañamente frío, delicadamente vacío, demasiado largo, con olor a difuntos y al incienso de los santos, con sentimientos encontrados y paradojas existenciales.

Noviembre es el mes 11, un número maldito, pecaminoso, incompleto. Judas dejó a los apóstoles en 11. Pero también es el de la fertilidad y la sensualidad.

Noviembre es como la vida: parece eterna -y la pasión y los placeres nos embriagan como si fueran para siempre- pero se esfuma en un parpadeo, dejándonos sin aliento y a expensas de los raros vientos.Esos vientos que mutan el sentido común en demencia social y la comunicación en violencia.

Vivimos tiempos donde el tiempo no nos calma sino que nos aflige. Rebuscamos en los recuerdos, diseñamos expectativas pero cada día nos sentimos más humanos, más limitados, más vulnerables, más impotentes y el recorrido que hacemos por los caminos que el mundo nos propone cada vez se hacen más cuesta arriba.

Se nos fue el romanticismo de las manos, creer que todo el mundo es bueno, que el amor está en todas partes, que son los demás los que mueren o caen enfermos, se nos fueron las certidumbres y la razón es un látigo que nos recuerda que analizar nos lastima y buscarle sentido a las cosas genera demasiadas heridas.

En la página 385 de la edición de bolsillo de la última novela de Antonio Muñoz Molina leemos: «El porvenir es largo, y las historias reales acaban abruptamente, frustrando el instinto de saber más, o se disgregan unas en otras, se dispersan, hilos sueltos que no se sabe a qué trama pertenecen, que se enredan con otros y acaban muy lejos del punto de partida».

Su título lo encontramos en el versículo 11 del Salmo 102: «Mis días son como sombra que se va, y me he secado como la hierba». Somos sombras que se están marchando, un proceso desgarrador contra el que no es fácil batallar. Si acaso, dejando como legado una vida honesta, una ética profesional y una sonrisa a los demás.