Hoy hace 35 años que Tejero asaltó el Congreso y secuestró al Gobierno de España y a la soberanía nacional allí representada por sus diputados. Fue un golpe de Estado. Fallido, sí, pero llevado a cabo por gente que decía hablar en nombre de España y que quería salvarla de no se sabe qué. La perversa intención de unos pocos, armados, queriendo subvertir el anhelo de cambio y democracia de muchos. Algunos españoles de entonces ya habían conocido otro golpe de Estado anterior, en el 36, y todos sabían lo que sucedió después -guerra civil y 36 años de dictadura- por lo que era lógica la preocupación y el miedo por todos los rincones de España. Miedo a volver atrás. Miedo a permanecer para siempre en el agujero de la historia.

A las 18.22 horas de la tarde, cuando Tejero entraba a tiros en el Congreso aquel lunes de febrero de 1981, yo estaba en el instituto Zurbarán, donde estudiaba tercero del Bachillerato Unificado Polivalente, sí, el BUP que nos marcó a tantos, en la avenida de Huelva, entonces General Varela, y la noticia corrió como la pólvora. Entre el instituto y mi casa no estaba El Corte Inglés, como ahora, sino el cuartel de Menacho y, teniendo en cuenta que los militares estaban revueltos, muchas miradas del barrio se dirigían a unas instalaciones casi familiares.

A esas horas ya había caído la noche y desde el instituto se veían las luces encendidas del Gobierno Civil situado justo enfrente. No lo recuerdo, pero tal vez la comisaría de policía nacional --ya no eran grises sino marrones sus uniformes-- aún seguía instalada en las traseras del edificio.

No era tarde para ir a Simago en San Francisco, tomarse un perrito caliente en Delma o un dulce en la pastelería Texas. Supongo que alguno se refugiaría en el Red Jacket para tomar una copa o en el cine Conquistadores, a la vuelta de la esquina.

Nos fuimos a casa. En aquella época no había tanta gente por las calles y, menos aún, un lunes, y menos todavía, un lunes como el 23F. Recuerdo el miedo de mi padre, que sabía a dónde nos podía llevar todo aquello, y la preocupación de mi madre, con la radio y la tele puesta y mi hermana que no acababa de llegar. Vi, de madrugada, al Rey por la tele y respiramos. Como al día siguiente, que España entera comprendió lo que es estar al borde del precipicio. Aún me faltaba para poder votar pero tenía claro que aquello no lo quería volver a sentir nunca más.

El problema de los españoles es que cuando se nos pasa el susto, perdemos la perspectiva y olvidamos que somos vulnerables.