Hay tres cosas en la historia que son el abc de la muerte. Estas tres cosas son las ambiciones, las banderas y las creencias. Cada una por separado es capaz de generar destrucción y muerte ilimitadas. Pero muchas veces se juntan las tres para causar hecatombes colosales. Lo hemos visto a lo largo de la historia de forma reiterada. La ambición generó el imperialismo y el capitalismo. El combustible egoísta de la ambición propició el arrasamiento y la conquista de numerosos países del planeta a manos de otros más fuertes. Pero esa misma pasión es igual de dañina en el plano individual. El afán desmedido de poder y de dinero genera la cada vez mayor desigualdad que se da en el mundo entre los ricos y los pobres. El consuelo y la esperanza que habían suscitado los avances sociales de la humanidad en las últimas décadas están desapareciendo. Los más ricos y poderosos quieren serlo aún más, aunque eso cueste el empobrecimiento y la desatención de la mayoría. La ambición tiene detrás incontables cementerios.

Las banderas han sido causa también de mares de sangre. Ahora mismo tienen lugar en el mundo numerosos conflictos en honor de una o de otra bandera. En España las tensiones territoriales se cuecen al amparo de banderas enarboladas por unos y por otros. Cada uno considera la suya como un bien absoluto y excluyente de la bandera del otro. Legiones de pretendidos patriotas que se colocan detrás una bandera ya se ven investidos de la razón para imponer la suya al otro. Las banderas han sido la causa y la excusa de numerosas guerras, con tantos muertos que es imposible calcular su número.

Las creencias, en la pirueta más absurda y contradictoria de la conducta humana, han generado las religiones exclusivas y excluyentes. O conmigo o contra mí. De ellas, que se basan en Dios, cabría esperar que cumpliesen lo que predican: amor, caridad, respeto y perdón. Y no es así. Las creencias religiosas han causado también tantos muertos que es imposible contarlos. Hasta el Papa tenía sus ejércitos. Y hace poco hemos visto cómo los terroristas del centro comercial de Nairobi se arrodillaban piadosamente para rezar después de asesinar a inocentes desarmados. El mundo está al borde de volver a caer en una combinación letal de ambiciones, banderas y creencias. Evitarlo depende de nosotros. De todos y de cada uno de nosotros.