La anatomía es el cauce de los sentimientos. La morfología corporal es el instrumento de la emotividad. Cada especie tiene la suya y, por eso, cada especie expresa lo que siente de diferente manera. Los humanos tenemos, sobre todo, ojos, brazos y manos. Somos seres de mirar y de abrazar. Nuestra caricia es esencialmente manual. Primero miramos y, después, tocamos y abrazamos a quien vemos bien, es decir, a quien amamos. Los perros son seres de oler y de gustar. La caricia del perro es lingual. Primero huele y, después, lame. Siempre me he preguntado cómo pueden vivir los perros sin darse abrazos, cómo pueden expresarse recíprocamente los sentimientos careciendo de manos. Las manos son el instrumento principal del afecto y de la ternura. Pero seguramente los perros se preguntarán lo mismo de nosotros. Y, además, los perros deben de pensar que, careciendo de manos, ellos nunca podrán disparar una pistola ni accionar una bomba, aunque quisieran, que no quieren.

Una de las imágenes más bellas y esperanzadoras de los últimos tiempos es la de esa etarra arrepentida y la de esa viuda de una víctima de ETA abrazándose. Cuando la he visto he tenido sentimientos contradictorios. Primero me he preguntado si yo tendría la generosidad y el valor de abrazar a quien mató a mi ser querido, por muy arrepentido que esté. Me he preguntado hasta qué punto tendría grandeza de espíritu para recibir el abrazo de alguien así. Luego me he preguntado si sería capaz de arrepentirme habiendo matado a alguien a sangre fría y si tendría el coraje de pedir personalmente a mi víctima su perdón y de ofrecerle mi abrazo. Después de mucho meditar, he llegado a la conclusión de que mis brazos habrían tomado por mí esa dura decisión y, tal vez sin contar del todo con mi voluntad, se hubieran abierto, en mi condición de víctima y en mi condición de verdugo, para abrazar simultáneamente al verdugo arrepentido y a la víctima que perdona.

El terror no consiguió aquí lo que todo terror persigue más allá de la muerte: privar de sus brazos a unos y a otros, amputar su capacidad de abrazar. Ese abrazo y otros como ése son la expresión cabal de que el terror perdió la partida. Al menos, los brazos de unos y de otros han permanecido intactos, esperando el momento de arrepentirse y de perdonarse, es decir, esperando el momento de abrazarse. Una gran noticia.