Las operaciones iniciales de la batalla del Gévora, en las primeras horas del día 19 de febrero de 1811, las realizó la caballería francesa, dirigida por el general Latour-Maubourg, quien sorprendió por completo a los puestos avanzados y cargó contra la izquierda española.

Al mismo tiempo, las tropas a las órdenes de Girard atacaron con gran ímpetu a la derecha de Mendizábal, a pesar del fuego que se les hacía desde el fuerte de San Cristóbal. Esta división francesa de infantería estaba apoyada por una brigada de caballería ligera dirigida por el general Briche, quien consiguió frenar a la caballería portuguesa.

Lo que resulta sorprendente de todas estas operaciones militares es que el cruce del Gévora duró mucho y no finalizó hasta bien entrada la mañana.

Los infantes, con el agua a la cintura y, los caballos, hundidos en el barro. Y los españoles viendo desde lo alto el movimiento, cuando se disipó la niebla, e intentando organizarse, atosigados por su propia lentitud. Al parecer se trataba de tropas de reciente encuadramiento, poco habituadas aún a maniobrar con presteza.

El conde de Saint-Chamans, ayudante de campo de Soult, explica la situación, con su gota de chauvinismo, de un modo muy claro: "Tuvieron los españoles una gran aprensión y, de hecho, yo no he visto nunca durante esta guerra a ninguna tropa española resistir a la caballería francesa. Es verdad que no resistían mejor contra nuestra infantería. Fue sin duda por esta misma aprensión por lo que Mendizábal... formó su infantería en un gran cuadro, en cuyos ángulos situó su artillería, cubierto por algunos batallones de tiradores. Colocó su caballería en reserva y allí se quedó, hasta el punto de que no se le vio en el transcurso de la acción y huyó en cuanto contempló la derrota de la infantería, sin intentar sostenerla, ni proteger su retirada", escribe.

Era el certero punto de vista del técnico, aunque fuese enemigo.