TEtl fin es la gente, ha dicho Felipe González. Así debería ser, pero de momento lo que veo es que la gente como yo, como mis vecinos, como los dueños del bar de abajo, los de la frutería del parque, o como la pareja de jubilados que se sientan al atardecer en un banco, la gente-decía- es más bien el medio para que el gobierno contente a Bruselas, o a Merkel, la diosa insaciable para cuya satisfacción se nos esquilma, constriñe y arruina.

No hay dinero público. Lo decía Felipe y lo reconocía ayer un concejal socialista con quién me crucé en Carolina Coronado. "El ayuntamiento no tiene dinero". Ningún ayuntamiento lo tiene y hay que sacarlo de donde sea. Mientras hablábamos la policía local recorría la avenida en busca de coches mal aparcados. No es que me parezca bien que los dejemos en doble fila o en raya amarilla. No, y lo dice la persona que, seguramente, más multas ha acumulado en la historia de Badajoz, pero da la impresión de que tanta vigilancia, vayas donde vayas, tiene el fin de conseguir fondos de los que siempre acaban pagando: el dueño del bar, el de la frutería, o yo por no ir más lejos.

Siempre pagamos, antes (el cargo), o después (el cargo y el recargo). Es el poder de las administraciones que te castigan si no abonas en el plazo establecido mientras ellas pueden retrasarse, todo lo que estimen conveniente, sin plazos que valgan ni recargos que nos resarzan. Que lo digan los proveedores, o los pensionistas que esperan la devolución de lo que adelantaron por el copago de sus medicinas. Los pensionistas pagan en el acto, la administración ya veremos. Y podría seguir con otros ejemplos, pero se me acaba el espacio.

Es cierto Felipe, el fin de las políticas, de las normas, de las iniciativas, debería de ser la gente, mi vecina, el dueño del bar de abajo, el de la frutería del parque y la pareja de jubilados que, al atardecer, quizás de vuelta de la farmacia, se sientan en un banco.