Llegué pronto a JFK para evitar el estrés que siempre me produce correr por los pasillos. Dudaba del peso de las maletas. Y presentí el juego de hacerme sacar el grueso tarro de barro con jarabe de arce que traía para el más goloso de mis amigos, cuya necesidad de azúcar solo es comparable a la que tengo yo de su compañia; la edición en cuero de Thoreau y su deseo de vivir en los bosques, en la búsqueda de lo esencial, que encontré para mi hijo, el que todo lo cuestiona, el pesado libro del resurgido Harry Potter para mi hija, que creció volando en su escoba y esgrimiendo, convencida, conjuros para hacer desaparecer a sus padres cada vez que presentía una regañina. Y en eso estaba cuando, por el rabillo del ojo percibí que, como un conejo saltarín, una niña disfrazada de mamá se sumergió en el arco de seguridad y se esfumó, como en el baúl de una mago. Plaf. Fuera de mi vista, que recorría, como en un partido de tenis, el libro de Potter y la estela de uno de sus personajes que, sin duda había saltado de su interior, con la ropa de Helena Bonham Carter, para desaparecer, en el limbo de los aeropuertos. Eso me hizo recordar que quería retomar la película que dejé a medias en el viaje de ida. Saqué mi eBoock, me calcé mis gafas de señorita Rottenmeier y con un te calentito me dispuse a esperar el embarque, dejando que el resto pasara delante. Cuando levanté los ojos solo quedábamos un señor y yo, con el que parecía haberme puesto de acuerdo en el atuendo: vaqueros oscuros, mocasines y chaqueta azul marino. Amablemente me cedió el turno y al volverme para agradecérselo, me encontré con el protagonista de la peli que quería terminar de ver. Sincronías, que diría uno que yo me sé. Un saludo tímido, la sonrisa por la que suspiran todas las mujeres cuando hablan de chicos, un gesto galante, apenas unas palabras entrecruzadas, el pasillo del avión… y el The End de una escena mil veces vista, cada uno emprendiendo su camino. Ocupo mi asiento, mirando las luces por la ventanilla y me despido dulcemente de la ciudad, reconfortada casi, porque al encenderse la pantalla, volveré a oir la voz suave de Richard Gere deseándome buen vuelo.