TLta globalización es mentira. Es una palabra inventada y de moda, nada más. Se supone que se refiere a que el mundo entero cabe en tu cabeza y a que todos estamos interconectados como si fuéramos neuronas de un cerebro único viviendo idénticas vivencias. Qué tontería. Tú sigues siendo de tu pueblo y de tu barrio, aunque te pases las horas conectado y compres más por internet que en el súper de abajo. Aunque Ikea se repita en cada carretera --excepto en las de Extremadura--. Dispones de acceso a la misma información que otros muchos, pero eso no te convierte en sus iguales. Tú no sufres los huracanes que, tal vez, airearán esta tarde una costa del Caribe ni saldrás huyendo de una jaima al lado del desierto por mucho que visualices las escenas en tiempo real. Lo piensas sobre todo cuando sales de casa y, al cabo de un viaje, estás en otra calle. Otra gente te mira y no son los que ves por la tarde cerca de la Alcazaba. Puede que te haya traído aquí un trabajo que precisa tenerte algo más cerca que la proximidad remota del alcance de las redes. Hay colegas contigo, pero distintos a los de siempre. Si hablan de lo mismo, lo harán de modo diferente y uno será más alto y otro más imbécil --o menos-- que los habituales de las mañanas rutinarias tuyas. Si has llegado porque te apetecía aparecer en un escenario ajeno, verás que eso sucede exactamente así. Por mucho que nos empeñemos en la supuesta y obligada igualdad, todo es variable. El mismo sol se despereza con matices desconocidos y asoma por encima de la línea que perfila el techo de la ciudad --la otra-- de un modo menos reconocible que el habitual. Y si estuviste anoche paseando, viste cómo la noche tenía algo que daba a tus pisadas un sonido especial y la música de los garitos, siendo tan parecida, hacía que bailaras de otro modo. No entiendes esa manía de la uniformidad. Debe de ser por los que nunca salen, empeñados únicamente en la ventana de su ordenador. Porque afuera, las cosas, afortunadamente, son distintas.