Periodista

Todo está aquí a punto de empezar --ma non tropo-- en agosto, mas todo queda ralentizado --no del todo parado--, a la espera de que decline la canícula y comience el curso académico, político, laboral: el curso con el recurso en decurso de su discurso en curso. En fin, que en el suroeste se matiza lo que ocurre en el sur, donde el curso en agosto directamente no existe, se para, se volatiliza entre la calima y los espejismos de que la vida es vida, tiempo libre, cuerpos laxos, pilinguis, sexo a la plancha, calor y sardinas con calimocho. Aquí no se para todo: somos sur, y oeste; matices que te hacen cargar por abajo a la izquierda.

Ahora las ciudades del interior están más quedas que mansas y Badajoz se cuece en un hervor seco de alquitrán a cuarentaycincogradosalasombra mientras que el fuego le cierra el paso por el norte y el sur y sólo le deja una salida al mar por Lisboa, que también está siempre a punto de quedar cercada --y devorada-- por las llamas y la tópica saudade, y es oeste, sólo que oeste con mar. Esta enorme tragedia debería hacernos ver, a los españoles que Portugal no es que esté cerca, es que somos parte, y a los portugueses, que como parte estamos más cerca que la Otan y hay que perder complejos y el miedo a lo ibérico.

Mientras, pasamos los días en busca de la playa perdida y de recuperar el sabor del salitre en el marasmo de nuestra memoria, amarrada todavía a los viajes tragamillas en Cuatroele sin aire acondicionado. Agosto pasa lentamente y nos pasa por encima; nos deja exhaustos a la vera de un botijo a la sombra y con el remojo de un verso de Hölderlin en el alma sudada.