Hace algunos meses un muy apreciado colega de Córdoba me invitó a visitar una excavación que dirigía allí. Era en el antiguo Palacio Episcopal, que hoy, según he sabido, ya no cumple esa función y está sufriendo un proceso de investigación arqueológica muy profundo y serio. Observen que digo investigación y no solo excavación, porque se trata -a diferencia de lo habitualmente visible en esta ciudad de patrimonio mártir- de conocimiento científico y no solo de liberación de suelo. El fin último del proyecto total es musealizar lo aparecido, para centralizar allí la venta de entradas y recepción de visitantes a la Mezquita-Catedral -no voy a meterme, por ahora, en la discusión que esto puede provocar-. Todo lo financia, como parece razonable, el Cabildo de un modo más que escrupuloso. Pero no voy a eso.

Años atrás, patrocinado por una institución pública, se practicó un trabajo arqueológico en la calle que discurre paralela al edificio, entre él y la Mezquita. Allí aparecieron los cimientos del «sabbat», una especie de puente cubierto que unía el antiguo alcázar omeya, residencia de emires y califas, con el oratorio. Así los príncipes, en este caso el califa al-Hakam II, podían acudir al rezo desde su residencia sin mezclarse con el común. No era un uso muy musulmán, pero se hacía así por simbolismo y por seguridad. Pues bien, afloraron los apoyos del paso elevado y se procedió a señalarlos en el pavimento de la calle. La excavación a que me refiero al principio se ejecutó justo por el lado interior de la pared del palacio de los obispos; es la misma que la de la morada de los omeyas. En el muro se reconoce aún la entrada por donde desembocaba el pasadizo. Y, casi al pie, salieron a la luz los restos de un baño, de un «hammam». No me refiero a una construcción de grandes dimensiones, pero es sorprendente la calidad de sus materiales: losas de mármol blanco muy gruesas y largas, pintura mural de gran calidad, etc. Y un sistema para acometida de agua al retrete de lo más sofisticado -al agua iba yo-. A primera vista era algo muy suntuoso y, seguramente, muy especial. Más de lo habitual en instalaciones de este tipo. Ya verán por qué cuento esto y lorelaciono con Badajoz.