TLta semana más corta e improductiva del año, ha sido también la semana de las alarmas .

La más mediática: la desatada por los controladores aéreos; la más vistosa: la causada por el temporal: y la más desapercibida: los resultados del informe PISA.

Es evidente que la lectura de los parámetros que mide esta evaluación educativa dirigida por la OCDE no fastidia a miles de españoles en un puente, ni desborda ríos; pero detecta deficiencias en el terreno de la educación, que de no corregirse a tiempo pueden dar al traste con el futuro de cualquier país que se precie.

España, como habrán leído entre titulares sobre delitos de sedición y gente achicando agua, vuelve a quedarse por debajo de la media europea e, incluso, retrocede con respecto a exámenes anteriores. Y menos mal que no han evaluado los conocimientos de idiomas, porque como dijo recientemente en Mérida el periodista Manuel Campo Vidal , los españoles son los únicos europeos que se tiran toda la vida intentando aprender inglés.

Pero además el informe detecta la perpetuación de los roles laborales entre hombres y mujeres. Ellos siguen siendo mejor en economía y ellas más aficionadas a la lectura aunque, por supuesto, con mayor comprensión lectora.

Incluso escuché en la radio que algunos pedían una mayor implicación de los padres en la educación. No tendrían hijos. Jamás hubo una generación de padres más volcada en las tareas diarias de sus hijos. Los fallos hay que buscarlos en otros sitios.

Pero el debate está abierto. Es lo positivo del informe PISA. No aporta soluciones pero tiene una clara acción preventiva.

Por ello Extremadura debió participar en la evaluación. Es cierto que las pruebas de diagnóstico que realiza la Consejería de Educación arrojan una fotografía más cercana pero no aportan el dato comparativo con otros países. Todo es poco en materia educativa. Y lo que es peor: no querer que te examinen desata todo tipo de sospechas sobre la preparación de nuestros estudiantes.