A un futuro candidato a la alcaldía se le presume que debe tener ganas de serlo, que está ilusionado y no lo hace por disciplina de partido. Que se lo pregunten a los socialistas Lorenzo Blanco o José Ramón Suárez o al popular José Antonio Monago. Suárez llegó a decir que si está ahí como portavoz de la oposición, trabajando a diario en la política municipal, es porque aspira algún día a ponerse al frente del ayuntamiento. Es lo mínimo que puede hacer, porque si critica la acción de gobierno es porque conoce el modo de hacerlo mejor y aspira a ponerlo en práctica.

Lo que no puedo entender es que un alcaldable esté más a disposición de unas siglas que de sus ciudadanos y admita sin pudor que se presentará si se lo pide el partido, como si eso fuera un sacrificio, dejando entrever que él no tiene ganas ningunas, porque está cansado o porque el cuerpo le pide seguir otros derroteros. Celdrán ya ha admitido que sus aspiraciones políticas están satisfechas y Francisco Muñoz, aun sin hablar, tampoco ha mostrado entusiasmo con la posibilidad de ser el alcaldable. Habrá que comprarles un cupón de la ONCE, para que recuperen la ilusión.