TEtl entorno que nos solivianta provoca, en ocasiones, momentos de hilaridad que no buscan más que apartarnos de esta mala vida que nos dan las noticias, las hemerotecas y los aguafiestas. Pasamos como si nada del telesférico que a finales de los ochenta nos iba a trasladar desde el Fuerte de San Cristóbal a la Alcazaba (rehabilitándose ahora, casi un cuarto de siglo después) a un circuito de velocidad de mediados de los noventa que solo duró lo que dura un titular de prensa. Hablamos del Parador de Turismo que murió el mismo día que se presentó y nos tomamos a chufla que hoy sí y mañana no tengamos avión sin olvidar que hubo un tiempo cuando a algún soñador se le ocurrió para Cáceres un aeropuerto como si el de Badajoz se colapsara por tanta navegación. Lo del tren ya es de aurora boreal: primero no nos arreglaron las vías ni mejoraron el transporte ferroviario en general porque iba a venir el tren de alta velocidad; después dijeron que vendría, pero con mercancías y ni quisimos pensar, más allá de echar todas las culpas a Portugal, cómo las mercancías pueden ir a alta velocidad y, finalmente, asumimos con tranquilidad que aquello del 2010 era como lo de los 800 o mil empleos de antaño o el más moderno pleno empleo. Seguimos aislados, siendo pobres, sin trabajo, emigrando y lamiéndonos las heridas pero la melancolía ha pasado a mejor vida.

Hemos viajado del conformismo a la indignación y del cabreo monumental a la socarronería. Estamos en el comamos, cantemos y bebamos de Juan del Encina, en el a setas o a rolex del chiste, en el pan y circo (y fútbol) de los romanos, en el gongoriano "ándeme yo caliente y ríase la gente" ("Traten otros del gobierno/del mundo y sus monarquías,/mientras gobiernan mis días/ mantequillas y pan tierno,/y las mañanas de invierno/naranjada y aguardiente-"). Ahora tocan los mundos paralelos, el maniqueísmo de políticos malos y nosotros buenos, la demagogia del todos a la cárcel, crucifiquemos a los banqueros, tomemos los palacios de invierno, viva la revolución de terciopelo, que en Sierra Maestra o Lacandona hace frío, se come mal y pegan tiros.

Mientras, desde la alfombra roja del glamur y el discurso sensiblero, Maribel sigue insistiendo en criticar al sistema que le da dinero, poniendo su imagen al servicio de una banca que desbanca y defendiendo a los pobres de la voracidad de los sátrapas que a ella la contratan.