Dice el refrán que amores reñidos, mil veces queridos. Es lo que le gustaría pensar al equipo de gobierno municipal de su relación con el grupo de Ciudadanos. Aún es pronto para conocer en profundidad el comportamiento político del portavoz de la formación naranja, Luis García-Borruel, que de momento ha dado muestras de que dedica todo el tiempo del mundo al ayuntamiento. Sin embargo, todavía no ha dejado muy claro en sus reacciones si es rencoroso y cuando llega al límite es capaz de tomar decisiones extremas e irrevocables que no tengan vuelta atrás, o si, por el contrario, sus enojos son pasajeros, como parece hasta ahora, y es capaz de calmar el tono después de la tempestad.

En varias ocasiones ha amenazado con romper con el PP, pero las amenazas se han quedado siempre en avisos. Esta vez Borruel quiere hacer creer que va en serio, pero desconocemos el alcance de su reacción. Por lo pronto ha confirmado que la moción de censura no es una opción. Aún así, se ha empeñado en que el alcalde, Francisco Javier Fragoso, pida disculpas públicas.

Fragoso dice desconocer el motivo del enfado de su socio de investidura. Ese presunto desconocimiento demuestra que entonces la relación está aún peor, porque significa que para el actual alcalde, el comportamiento que mantuvo en el último pleno ordinario con el portavoz de Ciudadanos y, en general, con la oposición, entra dentro de la normalidad. De hecho, ha asegurado en varias ocasiones que ha vuelto a ver el debate plenario y no encuentra qué pudo decir que tanto molestó a Borruel.

Pero lo cierto es que los modos se perdieron y la educación se dejó a un lado. No todo en política debe estar permitido. El debate puede admitir el sarcasmo y la ironía, pero los insultos directos y en directo, cuando además no tienen otro fin que ridiculizar a quienes van dirigidos, están fuera de lugar y carecen de justificación. Contestar a la oposición, hasta en tres ocasiones, cuando el flujo de reproches no alcanza el entendimiento y siempre para quedar por encima, con la frase «para usted la perra chica», es como decirle al de enfrente que lo que me está diciendo «por un oído me entra y por otro me sale». Semejante respuesta, se quiera o no, distorsiona el respeto mutuo que debe imperar entre los representantes públicos de los ciudadanos, en cuyo nombre actúan, en teoría.

En todo momento deberían tener presente que si están en el ayuntamiento es porque han sido elegidos por los votantes y que lo único que debe motivar su comportamiento es el bien de la ciudad, muy por encima de disputas partidistas, que últimamente parecen personales.

No es de extrañar que buena parte de los concejales que han entrado en esta legislatura por primera vez, y que son mayoría, se lleven las manos a la cabeza por lo que ven -y sobre todo por lo que oyen- en los plenos, pues no creo que haya otros foros en sus vidas diarias y profesionales donde personas de bien se puedan poner a caldo cuando tienen la más mínima oportunidad y sin justificación. No viene mal que ahora Borruel dé un ultimatum, si sirve para que los concejales entonen el mea culpa, recapaciten y piensen que el respeto es lo último que se debe perder.

El PP, además, no debería olvidar que la mayoría absoluta pasó a la historia hace más de un año y que otra forma de gobernar es obligada, porque los ciudadanos dejaron claro en las últimas elecciones que no le queda otra que dialogar y entenderse con la oposición. Tiene sobre su cabeza la espada de Borruel.