Paciencia. Eso y te quiero. Son las palabras que más han repetido estos meses. Variantes floridas como si fueran pedazos de Neruda murmurados en el teléfono. A veces intuidas, solo con mirarse, o calladas con un shhh al ver temblar la barbilla, la disimulada humedad en los ojos, un balbuceo casi escolar. No puedo dormir. Intentos de reproducir en la distancia las rutinas de antes.Cuando se daba por supuesta la continuidad, la permanencia.Se asoma a la pantalla del móvil como si traspasarla fuera posible; y, creyéndose las patrañas de los poetas y las películas de Hollywood, posa emocionado su mano. Pese a todo, siente. Acaricia su liquidez. Cubre de ondas la superficie y en el fondo la reencuentra. Palpita una Ofelia revivida. Se despereza su calor. El de ambos, como en un espejo. Un eco. Recorre la aspereza gruesa del dedo pulgar, la uña que creció irregular en el índice, la circunferencia lisa de su anillo, interrumpida, como su camino, por una muesca en forma de 2. No buscan nada extraordinario, ni nuevas emociones, ni reinventarse, solo seguir. Seguirse, retomándose donde lo dejaron, para no dejarse más. Él se arrima a la cama, la luz queda en la mesilla, y los grillos suenan fuera. Comienza a afinar la guitarra y ella busca la postura, conformando el nido. Los primeros acordes y su voz «Meu bem, ouve as minhas preces. Peço que regresses, que me voltes a querer...» y la respiración se pausa, la angustia y los ojos ceden, las manos se distienden, a medio abrir, caen al costado. Amanece y el café ya le sabe más portugués, a casa. Maquilla sus ojos y sus labios, encarnados como ese rubor que le sube asustado, de puro nervio. Él se afeita y abrillanta el coche. Saben que no resultará, ni siquiera es un intento. Sólo un verse vertiginoso, un resiste, un espérame. El corazón se acelera y la velocidad se reduce, cuando ve Espanha A6 y las señales en naranja marcan el estrechamiento de la vía. Ella se encarama algo más en el asiento, se coloca el pelo, de reojo comprueba el carmín, se quita las gafas.Han calculado la hora exacta, el kilómetro exacto, la medida del instante, reteniéndose, justo antes del control de la policía y la GNR. No han ensayado respuestas, ni preparando documentación a sabiendas de que serían inútiles. No pasarán la frontera, recibirán un «no» pero sin dolor, con una sonrisa y un perdóneme y un «com licença». No volverán de vacío, sino con una renovada promesa en los labios. En la autopista un camionero intenta descifrar el morse de aquel extraño intercambio de luces cortas y largas en pleno día, sin entender el té quiero, sin entender el Eu te amo.