Desde Almería a Huelva, desde Córdoba a Cádiz, desde Granada a Jaén, desde Málaga a Sevilla, Andalucía es toda un auténtico Patrimonio de la Humanidad. Hay otras regiones, otras ciudades, otros pueblos con encanto, con maravillas para disfrutar, pero los extremeños del sur, los de Badajoz, tantos hombres y mujeres de tantas partes de España y del mundo miramos a Andalucía con el halago puesto, con la envidia sana, sabiendo que es tierra prometida, sueño de cualquiera, cielo desde las cuatro esquinas.

No hace falta ser andaluz para entenderles y reconocer en ellos tanto nuestro y tanto de nosotros cuando se miran al espejo. Solo echamos de menos el mar que la alimenta, el mar que riega sus venas, ese mismo mar que también nosotros vimos por primera vez en La Antilla, Punta Umbría o cerca del Rocío, en las playas de Cádiz que son paraíso natural o en la Costa del Sol donde somos uno más. Almería y el sol de su huerta, Jaén y sus olivos y la sierra, Córdoba y su Mezquita, a Granada que nada le sobra, Málaga en la cúspide, los roscos de vino de Antequera, los polvorones de Estepa, las tortas de aceite de Castilleja de la Cuesta, todo de Cádiz, el turismo de Marbella, Verano azul en Nerja, Sierra Nevada, las gambas de Huelva, el atún de almadraba, el Estrecho, el flamenco, el Carnaval, la Semana Santa, y Sevilla, y Triana, siempre Sevilla y la media fanega.

Resumir Andalucía es más complicado que resumir la Biblia. Andalucía también tiene sus cosas, a saber: paro, corrupción, delincuencia, descontrolada inmigración y, si quieren y me apuran, un millón más de sombras que ustedes elijan, pero son tantas sus luces que España no es nada sin Andalucía y en Andalucía son España sin dobleces. Sueño con Bolonia y Las Rejas, con Zahara, con los plásticos del Ejido, con Cazorla y la Alhambra, con el Andazul y el vino de Chiclana, con el langostino de Sanlúcar y el recuerdo de los campamentos en Chipiona, con Bajo de Guía y el Timón de Roche y El Campero de Barbate, con Torremolinos y la costa Tropical. En fin, que después de casi cuarenta años, los políticos que dicen estar preparados para el cambio ahora tienen la oportunidad de no volver a joderla, como casi siempre, y ponerse de acuerdo en seguir lo que los ciudadanos han dicho en las urnas. Que no nos carguen de razones para pensar lo que pensamos.