Primero el esposo a la esposa, después, ella a él, mientras pronuncian: "Recibe esta alianza, en señal de mi amor-".

Me pregunto cómo un objeto tan pequeño puede significar tanto. Mientras leo de nuevo las noticias que sobre Dinamarca nos escupen a la cara, se despliegan, como las páginas, rostros que en mi despacho han jugado con esas alianzas, nerviosa, convulsivamente, entrándolas y sacándolas del dedo anular en una dicotomía, quizá, sobre si arrojarlas o incrustarlas aún más en la carne, blanca y hundida que ha dejado toda una vida de huella. Mantienen ese pedazo de metal a toda costa, esperando que como el ancla, retenga el amor del otro. O ya hace tiempo se la quitaron, olvidándola en el cajón de la cocina, compartiendo su desecho con abrelatas y pilas usadas. Para ambos ha sido tan valiosa como para aferrarse a ella como a un cuerpo amado en la cama, o para abandonarla, como decía Gil de Biedma, con una clara conciencia de lo perdido y un deseo voraz, casi escolar, de estrenar muchos domingos.

También otra mujer sabe de su importancia. Se agarra con fuerza a su marido, la otra mano, al borde de la Zodiac. E incluso así, aterida y asustada, no puede evitar palpar, buscarse el inexistente anillo de boda, en un gesto tan mecánico como ya inútil. Ni siquiera tiene, como consuelo, la mochila que abrazaba desde que salió del puerto de Esmirna y que, como el anillo, le había sido arrebatada para poder llegar a Lesbos esta mañana.

Irremediablemente, la tragedia aúna en el recuerdo imágenes de otros anillos, y nos transporta a los campos de exterminio, donde en la antesala de las cámaras de gas, se amontonaban los pocos enseres de las víctimas , las alianzas para siempre huérfanas. Testigos del amor de aquellas. Testigos, también, de sus ejecuciones despiadadas.

Y hoy, leo cómo muchos refugiados esconden sus anillos de boda.

Dinamarca, Suiza y Alemania, países de la más rica Europa, han dictado una norma abominable: Quienes soliciten asilo deben pagar su manutención o se le confiscarán todos sus bienes.

Tras el frío, el miedo, el hambre, el desarraigo, una barrera más, impuesta por aquellos a quienes nosotros, pobres, acomplejados siempre miramos y admiramos, tan prósperos y avanzados, tan impolutos y neutrales.

Las alianzas dejan de ser símbolos de amor. Se les extrae, con un alambique de realidad, los besos, las promesas- y se funden en una tasa perversa, en un impuesto atroz, que crece y se levanta como una nueva frontera.