TEtntre 2010 y 2015 se están cumpliendo los aniversarios de la desaparición del Califato de Córdoba y los de la creación de los llamados Reinos de Taifas. La institución califal se vino abajo el día que el hijo menor de al-Mansur (Almanzor, para los amigos) quiso que el califa Hisham lo hiciese su heredero, pasándose por el arco del triunfo todas las normas que establecían la sucesión de los Omeyas. No se contentó con ser su valido. La población de Qurtuba/Córdoba se amotinó y, con ella, los afectos al régimen. Todo acabó siendo un caos institucional. Varios pretendientes de la familia omeya reivindicaron su derecho, pero ninguno reunió fuerza bastante como para imponerse. La mayor parte, si no la totalidad, de los gobernadores provinciales, civiles o militares, se quedaron sin saber qué hacer al romperse la cadena de mando.

Ese fue el caso de un tal Sabur al-Amirí, deudo de Faiq, uno de los grandes funcionarios de la corte, quien era gobernador de Batalyús en 1010. A falta de autoridad superior reconocida el fulano siguió gobernando la ciudad y toda la extensa región dependiente, pero por su cuenta, en espera de que en Qurtuba las cosas se aclarasen. Por eso su epitafio --en el Arqueológico de Badajoz-- le llama "hayib" (chambelán) y no "malik" (rey). Jurídicamente no era nadie, pero las circunstancias lo habían colocado allí en el momento oportuno. Desconocemos la fecha exacta en que se hizo con el control absoluto de la plaza por un vacío de poder. Para otras capitales de al-Andalus lo sabemos con mayor precisión, p. ej., Garnata/Granada. Y por eso se va a celebrar allí ahora el milenario, gracias al patrocinio de una importante marca alimentaria local. Eso es lo que tiene que haya industrias propias y con interés cultural.

Aquí no hay fecha concreta que conmemorar. Con todo, no fue mala la iniciativa de quien lo propuso. Pero tampoco hay empresas interesadas por la Cultura. En esta ciudad si alguna o algunas se gastan algo en Cultura es sólo en beneficio de sus intereses inmediatos y por prescripción legal. Pongamos por caso, hacer una destrucción legal de un yacimiento arqueológico urbano. Lo legal no siempre es lo justo.