Existe una posibilidad entre 29.000 de morir por un cáncer de pulmón, mientras que la probabilidad de que la caída de una rama o de un árbol provoque una muerte es una entre 10 millones. Es más difícil que te mate un árbol a que te caiga un rayo. Todos los días utilizamos los coches, aun siendo conscientes de la cantidad de accidentes de tráfico que se producen y de las trágicas consecuencias, pero no dejamos de usarlos como medio de transporte porque los necesitamos.

Sin embargo, aun sabiendo los numerosos beneficios que aportan los árboles, se ubiquen donde se ubiquen, hay a quien le quita el sueño la tragedia que pueda provocar la caída de una rama porque en cien años ocurrió una vez, pero no hubo que lamentar graves daños. Nunca se ha caído ningún eucalipto, porque sus fuerte sistema de raíces lo mantienen anclado al suelo de forma imperturbable. Es verdad que levantan el pavimento de las calles, porque el diseño del entorno donde fueron plantados o donde ya existían no es el adecuado para protegerlos de forma que sus raíces puedan abrirse camino como manda la sabia naturaleza. Los árboles producen oxígeno, eliminan anhídrido carbónico y dan cobijo a pequeños animales, además de proporcionar sombra y bajar la temperatura de su entorno. Nadie duda de los beneficios que aportan, todos ellos.

Nadie, no. La Asociación de Vecinos de Santa Marina ha estado años insistiendo en la desaparición de los seis eucaliptos que han sobrevivido en la plaza de Santa Marta a pesar de la desatención que se les ha prestado desde siempre. Un ejemplar con más de cien años es irreemplazable e insustituible. Seis coetáneos, aún lo son más. Seiscientos años acumulados en pocos metros cuadrados. Cuántas historias bajo sus denigradas copas. Los eucaliptos llegaron antes de que la plaza existiese y los expulsan como okupas desarrapados o aborígenes incivilizados. Los motivos que esgrime la asociación de vecinos es que suponen un riesgo para los peatones, por la posibilidad de que se desprendan ramas, y un foco de insalubridad por la constante caída de hojas y corteza por la elevada altura que han adquirido (más de 35 metros). Además, en su opinión, no embellecen el entorno. Los eucaliptos son una especie caída en desgracia impregnada de mala fama por su afán egoísta y desconsiderado de conseguir agua del suelo donde crecen y, lo peor, no son autóctonos, no son de los nuestros. Aunque éstos de Santa Marta son más de aquí que, por ejemplo, el Edificio Badajoz Siglo XXI o el puente Real, que llegaron después. Repudiarlos podría entenderse como xenofobia arborícola.

Si una razón para eliminar un árbol fuese la suciedad que acarrea cuando caen sus hojas, no sé si quedaría alguno en pie en el casco urbano. Hace años, de uno de los eucaliptos de Santa Marta se desprendió una rama y rompió un banco de forja. Los vecinos temen que semejante riesgo vuelva a repetirse y en lugar de un banco aplaste a alguien. La asociación vecinal reclama una plaza segura, higiénica y habitable, y esos seis eucaliptos no cuadran con sus pretensiones, pues además ocupan una cuarta parte de su superficie. En su lugar, el proyecto de recuperación de la plaza prevé colocar 40 moreras blancas, que a buen seguro serán más amigables que sus ariscos prededecesores. No ensuciarán ni tendrán latosas raíces expansivas. De todas formas, los eucaliptos ya están sentenciados porque dice la Junta que no son singulares, no tienen pedigrí. Pues nada, que se echen a temblar todos los árboles corrientes y molientes de esta ciudad.