Últimamente esta ciudad pacífica y amable de todo tiene que hacer un conflicto, radicalizar posiciones y genera una fractura social. La última es si árboles sí o árboles no, si eres enemigo o amante pasional del árbol. No parece que quepan medias tintas. Y en esta polémica, y en otras, muchos no se atreven a opinar no vayas a salir trasquilado y te sitúes en medio de fuego amigo y enemigo. Posiciones intermedias no caben y al optar por el silencio, unos y otros los interpretan según les convenga. En esta, como en tantas otras cuestiones, caben posiciones intermedias y matizadas, sin que tenga que ser una cuestión de principios esenciales.

No creo que sea cuestionable la necesidad y el beneficio que los arboles urbanos generan, especialmente en una ciudad como Badajoz con altísimas temperaturas en los largos veranos, tanto por sus sombras como por la refrigeración. No creo que nadie pueda cuestionar los beneficios a la biodiversidad y al medio ambiente, absorbiendo grandes cantidades de CO2. Tampoco es cuestionable la misión decorativa y ambiental del paisaje urbano, los aspectos psicológicos, emocionales y culturales, y mil razones más. Como tampoco es cuestionable los inconvenientes que pueden causar más allá de sus necesarios costes de mantenimiento de regado, poda, tratamiento de enfermedades, levantamiento del suelo, limpieza o daños a las cañerías entre otros. También habrá que tener en cuenta alergias, visibilidad de monumentos y de tráfico y mil inconvenientes más. Por eso, lo razonable es un equilibrio y un sereno diálogo para que su presencia sea lo más abundante y beneficiosa para los ciudadanos y el medio ambiente, y por otra parte que generen los mínimos inconvenientes y molestias. No creo que la vida de un árbol sea un bien tan absoluto como determinadas posiciones parecen mantener. Pero la ciudad tiene mucho por hacer en este camino. Un árbol cortado debe obligar a ser sustituido por muchos más sembrados. Estaría bien que en las próximas elecciones los programas recogiesen sus compromisos sobre este tema, más allá de un árbol o un parque concreto, pues la anécdota puede ocultar el problema. Necesitamos árboles, muchos árboles y mucha sombra.