En estos días de conferencias de cambio climático, gretas y bardenes con sus contradicciones y espectáculos y menús ecológicos de tres estrellas Michelín, pocos recuerdan que, en 2010, Evo Morales acogió en Bolivia la Primera Conferencia Mundial de Pueblos sobre el Cambio Climático y la Madre Tierra. Su intervención fue polémica. Dijo cosas como que «la humanidad está ante la disyuntiva de continuar por el camino del capitalismo y la muerte o emprender el camino de la armonía con la naturaleza y el respeto a la vida para salvar a la humanidad». Dijo más: «La calvicie que parece normal es una enfermedad en Europa, casi todos son calvos, y esto es por las cosas que comen, mientras que en los pueblos indígenas no hay calvos, porque no comemos otras cosas». Y otra más que causó escándalo: «El pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas. Por eso, cuando los hombres comen esos pollos, tienen desviaciones en su ser como hombres». Esas majaderías fueron respondidas tanto por la comunidad científica como por la sociedad civil. No sabemos si algo que comemos nos provoca la caída del pelo, pero tenemos claro que uno no es gay por comer pollo. Sin embargo, llevo varios días pensando que nunca antes en la historia de la humanidad hubo tal número de imbéciles, visionarios y charlatanes con discursos banales, ofensivos, incoherentes y ridículos. Y es posible que en esto sí que tenga que ver algo que comamos, algún pesticida, alguna sustancia química en el ambiente, algo que consumamos universalmente porque la majadería ya es compartida en todo el mundo. El azúcar, la sal, el agua, algo de la charcutería, el humo en cualquiera de sus variantes, quién sabe. Un amigo me decía recientemente que igual era el inicio de una invasión alienígena: primero, sueltan en la atmósfera un producto para volvernos gilipollas y, luego, ya fuera de sí, nos someten. Igual su teoría es extemporánea. También se me ha sugerido el uso de las redes sociales, es decir, que siempre estuvimos igual, pero ahora lo amplificamos, lo hacemos más visible. Lo que está claro es que se trata de un arcano, un misterio sin resolver, pero, desde luego, más allá de las chorradas de Evo o el griterío de Greta, las cabezas no están bien, algo tiene la culpa y, lo peor de todo, es que no sabemos cómo pararlo.