Recuerdo gratamente una exposición itinerante que trajo la Fundación La Caixa a Puerta Pilar hace no muchos años titulada Los aromas de Al Andalus . Era un disfrute para los sentidos, especialmente para la vista y el olfato. En cada estancia de aquellas dependencias andalusís el visitante era sorprendido por un intenso aroma a azahar, jazmín, limón y especies de todo tipo.

A aquellas fragancias recurro, intentando rescatarlas de mi memoria, cada vez que atravieso Puerta Pilar y me golpea en la nariz y en el resto de los sentidos el olor nauseabundo a orines secos. Aligero el paso para refugiarme en algunas de las calles que suben de ronda del Pilar hacia la plaza de España y ya en pleno casco antiguo una explosión de olores mezclados y recalentados por las altas temperaturas del verano pacense estalla en plena calle. En ese cóctel indescriptible de aromas se adivina un olor a azufre o sulfato que desprenden esos polvos amarillos que la gente echa en sus puertas para ahuyentar a los visitantes, el olor a contenedor reseco y a caldo de bolsas de basura regado por aceras y calles y a grasa de vehículos. Digno de otra exposición titulada Los aromas de Batalyaws .