El Réquiem se abre con escalas ascendentes en cuerdas y oboes. Los primeros acordes de la Grande Messe de Morts de Berlioz, rompen la dirección del viento, lo descompensa, arremolianándolo con un barullo de hojas a los pies de los policías, cada vez más tensos como el ritmo de la música, in crescendo. Los niños no juegan, abrazan pelotas de baloncesto mientras pegan sus caras a la alambrada. Miran con un silencio que suena extraño en un patio de colegio. Trailers con grúas descargan barreras de hormigón que protejan el carril bici paralelo al Hudson. Unos corazones rojos con flores señalan cada uno de los muertos. Se paran, rezan, encienden velas, algunos, acompañados por sus hijos, depositan pequeños juguetes, ofrendas como en las tumbas de los faraones para que su recuerdo no se sienta tan solo. Pero la banda sonora de la ciudad: El claxon de los camiones, el sonido de ambulancias, las aspas del rotor de los helicópteros, se escucha hoy con alerta. Un sonido más grave hace levantar de golpe el vuelo a las palomas. Y el instinto de protección de una mujer la abalanza sobre el carro donde duerme su bebé. El paseo que recorre el río, el recodo de madera con farolillos azules donde pescadores asiáticos pasan las horas, y los ejecutivos de Walt Street caminan aflojando sus corbatas, está desierto.

A unos pasos, aún se reconstruye la zona cero. El muñón que aún duele, como un miembro fantasma. La herida que abrió el cuerpo en canal sigue abierta, chorreante de lágrimas que caen sin que su sal sea capaz de curar.

Los nombres de los bomberos, de los calcinados, de los que cayeron de las ventanas, de los enfermeros y médicos que corrieron a ayudar y acabaron sepultados entre hierros, se alinean esculpidos en el borde de ese pozo de mármol negro que se hunde donde antes se levantaban las torres. Donde ya no hay espacio para grabar la huella de más muertos. La gente se detiene a ver las noticias delante de las pantallas, algunos lloran, se dan ánimos, chocan las palmas como símbolo de resistencia. Subo el volumen, la Lacrimosa asciende majestuosa y desgarradora pero cuando recuerdo haber leído que en el 11S las canciones más escuchadas fueron New York, New York, y What a wonderful world, dejo que Louis Amstrong cante a los que sobreviven, a los que no sucumben al miedo, porque, pese a quienes quieren arrebatárnoslo todo y, aunque hoy no lo parezca, este mundo sigue siendo maravilloso.