Badajoz es una ciudad aislada. Olvidada. Ninguneada. No acierto a entender las razones por las que se le ha negado un protagonismo que la historia y realidad han demostrado suficientemente. Más allá de políticos de mirada corta o de filósofos de mesa y mantel, Badajoz es la capital de Extremadura. Lo fue siempre, a excepción del período romano, y, sobre todo y más que nunca, desde que la sociedad industrial marcó el rumbo de la historia. Por población, por economía, por influencia, por geografía y por posibilidades, Badajoz es la referencia real de Extremadura. La torticera y maldita decisión de despojarla de la capitalidad oficial no hizo más que avivar rencores y fortalecer su presencia. Los últimos treinta años han servido para consolidar algo ya fundamental en nuestra identidad como badajocenses: nadie hará nada por nosotros y cuanto se haga será porque lo exigimos y lo peleamos.

Nos prometieron un circuito de velocidad, la ronda sur, un quinto puente, la recuperación del Guadiana, un Parador, el tren de alta velocidad, bla, bla y nos hemos quedado con un río pelado, sin tren a Lisboa, con un par de barrios sin ley por culpa de una política de realojos inútil y destructiva, con el edificio de un antiguo hospital abandonado a su suerte en medio de la ciudad y rodeados de aves por todas partes menos por una. Ahora, igual nos quedamos sin avión y será otro capítulo más en el libro que redactan esos amigos del discurso fácil que sólo entienden el progreso cuando se escribe al dictado de sus bufonadas ideológicas.

Se ha remozado un aeropuerto de Badajoz para que nadie pueda volar desde allí. La culpa es de todos pero, por una vez, hagamos sangre de quien pretende hacer negocio con nuestra miseria. El domingo, a media mañana, entré en la web de Iberia para reservar un vuelo a Madrid para miércoles, 21 de diciembre, y regreso al día siguiente. El sistema me marcó una opción de tarifa reducida (y no es una broma). La ida, 262 euros, y la vuelta, 338 euros. Total: 600 euros para ir a Madrid. Una ganga. El cachondeo se extiende a las otras cinco posibilidades de ida y seis de vuelta, que el sistema me ofrece, la mayoría a través de Barcelona. Sí, como leen, viaje a Madrid vía Barcelona. Nos condenan al coche, al tren interminable o la tasa por pobre. Nos condenan al aislamiento. Una vez más. ¿No me digan que esto no pide a gritos una revolución?