El emir de Qurtuba, Abd al-Rahman III, fue proclamado en 912, pero no sería hasta 929 cuando asumió el título de Príncipe de los Creyentes o Califa, lo que conllevaba ostentar la autoridad política y ser la cabeza de la comunidad de los musulmanes -umma-. Para llegar a ese punto hubo de hacerse con el control de todo Al-Ándalus, en franca desobediencia al comienzo de su gobierno. Solo después de acabar con la rebelión del renegado Umar b. Hafsun y del último descendiente rebelde de los Yilliquíes de Batalyaws se consideró con el suficiente poder como para asumir el Califato. Muy pronto comenzaría a poner en práctica una política de gestos destinada a mostrar al mundo de los creyentes y de los infieles que, desde el punto de vista del islam sunní, él era el único digno de la suprema magistratura, como lo habían sido sus antepasados sirios antes de ser exterminados por los usurpadores abasíes y a despecho de los fatimíes del Norte de África, que eran shiíes y pretendían, también, tener derecho al imamato. La construcción de Madinat al-Zahrá no era, por eso, solo un rasgo de riqueza. Era un gesto de majestad. En la línea de los antiguos emperadores persas de la dinastía sasánida. Y se llamó Al-Zahrá como un guiño a los creyentes no fatimíes. El nombre de estos últimos procede de la patrimonialización del de la hija de Muhammad, Fátima Al-Zahrá. Era un modo de reafirmar el derecho de los omeyas cordobeses a la primacía que emanó del Profeta y de sus descendientes, por su hija. Quede claro: Medina Azahara era un monumento imponente, también un símbolo de legitimidad y una obra de intimidación para los pequeños principados musulmanes del norte de África y para los neogóticos del norte peninsular.

El marco arquitectónico estaba muy pensado para transmitir un mensaje de poder y autoridad. Pero, lo interesante, y a eso voy, es que, a la vez, la cancillería califal, comenzó a crear un imaginario que subrayase e hiciese patente la naturaleza de su soberano: los gestos, la apariencia física. En la nueva fundación predominaba lo simbólico. No todo era inventado. Una parte era adaptación de las normas protocolarias usadas por los emperadores romanos de Oriente en su corte de Constantinopla.