Cuando ustedes piensan en azul lo hacen recordando el mar, el cielo, los ojos, quizá, de su enamorado? Esta primavera confinada ha sido gris. Y húmeda. Con ese color ceniza que se mete en los huesos, descascarillando el ánimo. El azul queda lejos, fuera. Ni siquiera el perfume a sal llega a los balcones, donde las familias, el chico que vive solo en el séptimo, la pelirroja y su perro, salen a aplaudir a las ocho. De puntillas se alza, aspirando a más. Inspirando el haz que apenas consigue entrar, ese minúsculo triangulito de luz que visita, de vez en cuando, su cuarto. Un amor clandestino que aletea, golpeando ligeramente el cristal como las chinitas que los novios de película lanzan a las ventanas. Dice Matías Prats que es buena la vitamina D. Pero no es por eso que ella se sorprende a veces así, el cuello forzado, en lo que pareciera altivez y solo es sed. Buscando. Que el sol resbale por los párpados, baje por la mejilla, siga. Despacio mueve las rodillas, los piernas dejando que los rayos le cierren los ojos, suavecito. Respira tres veces como el libro de meditación dice. Piensa en algo bonito. E inmediatamente los pies se hunden en la arena mojada. Blanda. Y sus hijos son chicos. Y las tardes muy largas. En estas semanas se ha vuelto una experta manipuladora de sueños. Una avezada medium capaz de revivirse y de traerse a los que quiere consigo. Ya sabe cómo convocarlos. En la mesilla copperthone. En la cocina una barra de helado de Nata y fresa. Y Barquillos de corte. Y Horchata. Prepara tortilla, filetes empanados y gazpacho. Lía periódicos para hacer cucuruchos con camarones. Y ya está, ya se mira desde la terraza del merendero. Las gafas de sol. El bañador mojado. La piel tirante. La arena entre los dedos. Ese vermut que siempre canta en italiano en las horas en que el reflejo del agua es de plata, como las sardinas y los poemas de Alberti. A veces cuando se queda trasvelada con una medio risa en la boca, y la salivilla colgando, siente que la despierta, el click sordo de las chapas de los botellines, el sobresalto de que un golpe de viento se lleve su sombrilla o la radio del vecino demasiado alta. Entonces, sudorosa, como las siestas de entonces, hace rodar por su frente el vaso del café con hielo. Y sonríe. «Una voz antigua, De viento y de sal, Te requiebra el alma y nos va llamando» como a Alfonsina, vestidos de Mar.