Hubo unas décadas en que las buenas gentes del pueblo medían el progreso de sus vecinos por azulejos. Ventanas recercadas en amarillo brillante, umbrales anaranjados, pasillos rozando lo barroco, vinieron a compensar aquellos encalados, sus antiguas bóvedas y las retrógradas vigas de madera de los años pasados. Por fin llegaba el progreso, la televisión, los cuatro por cuatro y su demostración en azulejos. A más alicatado, mayor auge. Sin embargo, a pesar del gran valor cualitativo de la cerámica industrial, el azulejo anda por estas fechas de capa caída. Es más, hay quien reniega de él, ¡con lo que ha sido! Todo porque los tiempos cambian y hay quien advierte ahora que un artesanado centenario reconvertido en alojamiento rural da más prestigio que una portada de porcelanosa. Se tiran de los pelos quienes derribaron su casa medianera para hacerse un bloque de dos plantas rematado en gresite, de estancias minúsculas pero con home-cinema en la salita pensando que así se colocaban en el centro mismo de la modernidad. Si eres uno de ellos, no desesperes todavía, la solución está a la vuelta de la esquina. Por un lado, te van a construir unos "observatorios territoriales para el desarrollo local", ahí, en tu pueblo. Por lo visto, van a servir de "plataforma tecnológica de gestión, conocimiento y comunicación de la red integral". Lo hacen precedidos de maquetas que presentan edificios de vidrio y hormigón, que son ahora el cauce para la nueva modernidad. Por otro, han diseñado revestir con hormigón la alcazaba de Badajoz y poner barandillas de acero inoxidable en cada noble escalinata. Ambos proyectos vienen, naturalmente, envueltos en progreso desaforado. De modo, que la cosa está fácil: rasca tu fachada, revístela de planchas imitación acero, coloca un pilar de cemento en el tejado, quita ventanas y pon cristales que no abran pero brillen. Ya verás cuando lo veas. Seguro que te queda mejor que la puerta del Capitel. Y que se enteren tus vecinos.