Sea cual sea el resultado de las elecciones generales, será un fracaso para todos. Enredados en una batalla supuestamente ideológica y apresuradamente dialéctica, hay quienes han convertido a España en un montón de despojos donde solo las hienas pelean a su alrededor. Es un fracaso porque nadie aprende de los errores, porque queremos repetir la historia de fratricidio y trinchera y porque el voto no vendrá precedido de una reflexión sino de una bandería y de un deseo de revolución. Los dos grandes desafíos de España son la fractura catalana que ya está contaminando a otras regiones y la crisis económica que regresa, pero algunos partidos, periodistas, medios de comunicación y sectores sociales están empeñados en crear cortinas de humo, que no dejan de ser instrumentos de manipulación y dominación, para que el adormecimiento sea real y el resultado de las urnas, antes que resolver problemas, continúe multiplicándolos. La mentira, el espectáculo como religión, la realidad inventada, la moralidad por los suelos y las falsas promesas o las agendas ocultas, vuelven a estar de moda mientras se agitan fantasmas inexistentes o se busca el aniquilamiento del sistema. Mientras la fiesta continúa entre oteguis, puigdemones y bolivarianos que ondean cualquier bandera que suponga el despiece de España, junto con sus palmeros y turiferarios, que son muchos y están bien pertrechados tras sonrisas fáciles y el baile de las sillas musicales, la gente normal no percibe que todo irá a peor. Termino de ver en estos días las dos temporadas de la serie Babylon Berlin, varias investigaciones policiales en un Berlín moderno y divertido, libre y desenfadado donde, sin embargo, germinaba la destrucción de la República de Weimar, con el nazismo llamando a la puerta. Fue la corrupción, sí, pero de múltiples colores y, también, la revolución, la pérdida de valores, el desempleo, la pobreza, el intercambio de papeles entre las élites, el creer que nada pasaba cuando, en realidad, la corrupción había salido de los bolsillos y se instaló en las ideas y las palabras para convertir a un gran país en un páramo devastado. Que nadie se sorprenda o se queje cuando estemos disfrutando de lo votado. Seremos la consecuencia de nuestra irracionalidad colectiva. Una Babilonia que se hunde mientras sigue tocando la orquesta del Titanic.