El barbudo e incalificable doctor Bacterio es a Motadelo y Filemón lo que un premio nobel a un rebaño de cabras. Por mucho que se empeñe, la cabra siempre tira al monte. Y no es por falta de conocimiento, profundidad, creatividad y disposición del primero, además de su colección de inventos, experiencias y sentencias a cada cual más divertida, absurda o surrealista, sino por la falta de interés o la cerrazón de las segundas. A menudo pienso en ello cuando pienso en Badajoz. La pléyade de doctores Bacterios que nos circundan no acaba de darse cuenta de que los mortales somos primarios, simples y obtusos y sus lecciones magistrales sobre la vida, el mundo y lo por venir, por no hablar de sesudos análisis, informes y memorandos, no son más que una carga intelectual que no alcanzamos comprender.

En sólo tres días, uno no sabe si cortarse las venas o echarse a llorar. Un profesor de la Universidad de Extremadura intentando convencernos de que la autovía entre Cáceres y Badajoz es un despilfarro y el tren de alta velocidad, un capricho de pobres. Un sínodo de carnavaleros elaborando un informe sobre las deficiencias de nuestra fiesta mayor y la culpabilidad cierta del ayuntamiento. Una asociación de policías locales destacando las carencias del servicio a pesar de su incondicional entrega al mismo. Una asociación criticando la fiesta de Almossassa no se sabe muy bien si por las miles de personas que participaron de ella o porque preferirían que se desarrollara en la frontera de Caya. Un grupo de trabajadores de limpieza que, al finalizar sus contratos, no lo entienden y reclaman que se les vuelva a contratar. Unos vecinos que, asistiendo a la inauguración de las instalaciones deportivas del Vivero, algo que han reclamado hasta la extenuación, se quejan de la iluminación e, incluso, del ruido que sale de los silbatos que usan los árbitros.

Doctores Bacterios tiene la ciudad como para sentar cátedra en cada esquina y hacernos un examen cada día, además de imponernos su criterio. Pero no deberían olvidar que, a veces, sólo a veces, que no se pongan nerviosos, aunque no lo entiendan o acepten, la mayoría puede tener razón, que en todos los análisis, la autocrítica debe primar sobre todas las cosas y que echarle la culpa a los demás es el recurso fácil de los que, en realidad, ni tienen ideas ni voluntad y, menos aún, valentía para dar la cara y colaborar.