Hace unos días, regresando de Madrid a media tarde, entré en Badajoz por San Roque, atravesando Ricardo Carapeto. La actividad era incuestionable: la gente, los comercios, el tráfico, el ir y venir, en fin, una auténtica ciudad dentro de la ciudad. En la misma semana, circulé por José María Alcaraz y Alenda y Sinforiano Madroñero, o sea, el corazón de Valdepasillas, otra ciudad dentro de la ciudad. Cuando vas a Carolina Coronado y, sobre todo, al Parque de San Fernando, descubres que el barrio de la Estación también tiene su identidad propia. La avenida de Santa Marina, la Plaza de los Alféreces o los alrededores del Corte Inglés indican que estás en otro lugar importante. Y los que vivimos en el Casco Antiguo tenemos la sensación de vivir con la tranquilidad que dan los pueblos. Pardaleras o Suerte de Saavedra, Las Vaguadas o el Cerro de Reyes y Antonio Domínguez, por citar los más populosos, suman, en conjunto, la primera ciudad de Extremadura y esto, aunque parezca baladí, significa que Badajoz es una gran ciudad, con influencia y presencia en un ámbito que supera lo regional y se adentra en lo transfronterizo, con unas potencialidades en lo económico y lo cultural que le permiten brillar con estilo propio y ser el escaparate donde otras ciudades se fijan y toman nota.

A veces, los árboles nos impiden ver el bosque. No vemos el conjunto porque nos fijamos obsesivamente en los detalles. Hay que ser inconformistas, reivindicativos, duros en la negociación y exigentes reclamando derechos pero se comete un grave el error cuando lo que pretende ser crítica constructiva se convierte en descalificación general. Badajoz es una ciudad que tiene vida, con sus problemas -donde el desempleo es el más acuciante- pero, asimismo, con sus enormes posibilidades y siempre fue una ciudad puntera y capaz de resurgir de sus propias cenizas. La historia pasada y actual habla de una ciudad mil veces caída y mil veces levantada. Una ciudad que tiene motivos para creer en su futuro. Una ciudad donde la gente sabe crear comunidad e identidad en su barrio pero trabaja, se divierte o se enamora en otro.

Luego, están los agoreros, picapleitos y otros mercaderes que confunden el pulso de la ciudad con el culto a la personalidad y, aun siendo de aquí, hace mucho que perdieron la emoción, el pálpito, el pellizco, el brinco de ser de Badajoz.