Noté calor en las piernas. Di un salto cuando al bajar la mirada comprobé que las llamas me lamían las botas. Saltar hacia atrás y patear los papeles ardiendo fue todo uno. Yo sola conseguí sofocar el incipiente incendio. Un cigarro (no era mío) había prendido en la multitud de servilletas de papel que alfombraban un ancha franja de suelo bajo la barra.

Esto ocurrió hace bastantes años. Ahora sería imposible porque ya no hay cigarros incendiarios que arrojar en los bares, pero no solo por eso. Creo que hemos cambiado, que tiramos menos cosas al suelo. Me di cuenta de que hacía tiempo que no experimentaba una sensación de asco cuando pedía una caña, un café o un vino. Veía menos suciedad. Menos papeles, menos huesos de aceitunas y de pollo ¿Era una percepción errónea o de verdad se había producido un cambio?

He realizado trabajo de campo entrando en los establecimientos y hablando con los camareros. Como ven, auténtico periodismo de investigación sobre el terreno.

No lo tienen muy claro los profesionales de la barra. Tuercen el gesto en expresión dubitativa. Lo más que sus respuestas se acercan a mi teoría del cambio es cuando, ladeando la cabeza, dicen que quizás sí, que ahora hay gente que deja las servilletas en el platillo del aperitivo o busca una papelera donde tirarlas. En toda investigación que se precie hay una garganta profunda. Bajando la voz e inclinándose sobre la barra, me informó de que habían tenido un problema con las papeleras, que Sanidad había aconsejado que se quitaran porque eran antihigiénicas y por eso, por culpa de Sanidad, la gente seguía tirando todo al suelo.

No he sacado gran cosa en claro en este esfuerzo investigador, en la búsqueda de la verdad de los suelos bajo las barras.

Aunque siga pisando servilletas engurruñadas y huesos de distintas procedencias, creo que algo hemos cambiado. La investigación me ha dado la oportunidad de reafirmarme: la alfombra es más fina y presenta grandes agujeros.